Para sentir que Él está con nosotros
Desprecien las pasiones. No piensen tanto en lo que hace el maligno. Mejor vuélvanse a Cristo.
La celebración y el centro de toda la felicidad es la Persona de Cristo. Lo que es con exactitud, no lo podemos entender completamente, porque Dios es ilimitado, es misterio, es silencio. Dios parece estar oculto, pero está en todas partes. Vivimos a Dios, pero no podemos sentir Su grandeza, Su sabiduría. A menudo, Él esconde las acciones de la Divina Providencia. Sin embargo, cuando alcanzamos la santa humildad, sí que podemos ver todo y vivirlo. Vivimos a Dios de forma evidente, plena, y sentimos Sus misterios. Y entonces empezamos a amarlo. Y esto es algo que se pide para nuestra felicidad, porque dice: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento” (Mateo 22, 37-38).
Tal era el amor de los santos. Tal era el amor del santo cuyo nombre llevo yo, San Porfirio, obispo de Gaza… No pienso en la muerte. Que sea lo que Dios disponga. Yo sólo quiero pensar en Cristo. Abran también ustedes sus manos y arrójense a los amorosos brazos de Cristo. Y Él vendrá a vivir en ustedes. Y se darán cuenta de que no lo aman tanto, y querrán acercársele más y más, y ser uno con Él. Desprecien las pasiones. No piensen tanto en lo que hace el maligno. Mejor vuélvanse a Cristo. Para hacer esto, es necesario que venga la Gracia. La “Gracia Divina, que sana lo débil y llena lo que estaba vacío”.
(Traducido de: Ne vorbește părintele Porfirie – Viața și cuvintele, Traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumenița, 2003, pp. 189-190)