Palabras de espiritualidad

“Perdóname”, una palabra que puede apaciguar la ira del corazón

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

¡Perdóname, padre! Como hombre que soy, caí en la tentación y dije algo que no debía. ¡Perdóname!”.

Cada vez que iba de camino al Monasterio de San Pablo, el entonces joven Efrén pasaba a un lado del huerto del monasterio, y el monje que trabajaba allí le daba una gran cantidad de legumbres y otros vegetales para los ancianos de Katunakia. El padre Serafín, higúmeno del lugar, le llamaba siempre la atención: «Hijo mío, intenta no relacionarte mucho con el padre Benedicto, el hortelano, porque es un hombre un poco “difícil”».

En cierta ocasión, el hortelano le dio unos pantalones para que se los reparara. Cuando, horas después, el padre Efrén los trajo ya remendados, pensó que era mejor dejárselos, junto con las demás vestimentas, al higúmeno Serafín. Así lo hizo. Con la satisfacción del deber cumplido, el padre Efrén se enfiló de vuelta a su celda, cuando el padre Benedicto, al verlo pasar, lo llamó.

—¡¿En dónde están mis pantalones?! —le gritó exigente al joven de Katunakia, quien se detuvo al pie de una pequeña escalinata de piedra que está en la entrada del huerto.

—Se los dejé al higúmeno —respondió Efrén, un poco molesto por el tono del otro.

—¡¿De quién son esos pantalones, míos o del higúmeno?!—gritó lleno de ira el primero.

Cansado por el trajín del día, el joven no pudo contenerse, y le respondió en el mismo tono, como un verdadero arbanita [1]:

—¡¿Tan lejos queda la celda del higúmeno para que vayas y los traigas tú mismo?! ¡Si fueras un hombre generoso, me habrías agradecido por haberlos reparado y también me hubieras dado algo del huerto!

Furioso, el hortelano se inclinó buscando una piedra para arrojársela al insolente de Efrén. Sin embargo, iluminado por Dios, el joven se dio cuenta de su falta y, postrándose hasta el suelo, clamó:

—¡Perdóname, padre Benedicto! ¡Sé que me he equivocado!

Y vean lo que pasó después, relataba el stárets, asombrado por la fuerza de la palabra “Perdóname”. El hortelano se irguió y, desarmado y conmovido por la humildad del joven, dijo:

—¿Y ahora qué hago contigo? ¿Qué hago contigo?

—¡Perdóname, padre! Como hombre que soy, caí en la tentación y dije algo que no debía. ¡Perdóname!

—Está bien... ¡Que Dios te perdone! —respondió, ya sin enfado, el desconcertado hortelano.

Desde ese día, cada vez que Efrén pasaba por ahí, el padre Benedicto le obsequiaba toda clase de legumbres.

(Traducido de: Ieromonahul Iosif Agioritul, Stareţul Efrem Katunakiotul, traducere de Ieroschim. Ştefan Nuţescu, Schitul Lacu-Sfântul Munte Athos, Editura Evanghelismos, Bucureşti, 2004, pp. 31-33)

[1] Arbanita: griego ortodoxo que se expresa en albanés por razones históricas.