Por medio de nuestro silencio, nuestra indulgencia y nuestras oraciones, ayudamos secretamente a nuestro semejante
La gracia de Dios despeja el firmamento de su mente y le hace confiar en Su amor. Este es el punto delicado. Si llega a entender que Dios es amor, entonces una abundante luz, nunca antes vista por sus ojos, descenderá sobre él. Y así, alcanzará la salvación.
Muchas veces, con nuestras preocupaciones, nuestros temores y nuestro vergonzoso estado espiritual —sin darnos cuenta— hacemos mal al otro, aunque le amemos mucho, tanto como una madre ama a su hijo.
La mamá transmite a su hijo toda la intranquilidad que siente en su búsqueda de procurarle bienestar, salud, un crecimiento normal... y ésto sucede aunque ella no lo diga, aunque ella no deje que se vea el desasosiego que experimenta por dentro. Este amor, es decir, este amor natural, puede algunas veces ser perjudicial. No obstante, esto no sucede con el amor de Cristo, que se encuentra en estrecha relación con la oración y santidad de la vida del hombre. Este amor santifica a la persona y le da paz, porque el amor es Dios.
Por eso, todo amor debería ser sólo en Cristo. Para que los demás obtengan provecho de él, debes vivir en el amor de Dios, de lo contrario, con nada les estarás ayudando. Pero no debes forzar a nadie. Cada uno tendrá su momento; por ahora es suficiente con que ores por los demás. Por medio de nuestro silencio, nuestra indulgencia y nuestras oraciones, ayudamos secretamente a nuestro semejante. Y, con esto, la gracia de Dios despeja el firmamento de su mente y le hace confiar en Su amor. Esto es lo más importante. Si llega a entender que Dios es amor, entonces una abundante luz, nunca antes vista por sus ojos, descenderá sobre él. Y, así, alcanzará la salvación.
(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, pp. 311-312)