¿Por qué nos empeñamos en amar las cosas del mundo?
Con su aspecto, este mundo engaña hasta a los más juiciosos, porque durante algún tiempo parece digno de ser deseado; incluso nos ofrece todas sus bondades y tesoros.
En el mundo —en este mar de pecados—, todos mis días han transcurrido en vano. Mi vida se me ha ido sin dejarme algún beneficio; hasta he dejado de pensar en el día de mi muerte. He hecho muchas cosas en vano y he conseguido acumular un gran número de pecados, que no son sino haces de cizaña condenados a arder. Y he aquí que el llanto y los suspiros me esperan en aquel pavoroso lugar.
¡Por haberte amado desde mi juventud y hasta la vejez, oh mundo infame, el tiempo de mi vida se me ha ido sin darme cuenta! ¡Y la muerte vendrá y me hallará en pecado, para después llevarme con ella! ¡Si tan solo no te hubiera conocido, oh mundo tan despreciable! Los que te aman no pueden gozarse de la felicidad verdadera, y quienes te odian no tienen por qué llorar. ¡Dichoso aquel que haya roto tus cadenas, porque ése heradará la morada de la felicidad!
Con su aspecto, este mundo engaña hasta a los más juiciosos, porque durante algún tiempo parece digno de ser deseado; incluso nos ofrece todas sus bondades y tesoros. Sin embargo, el día de tu muerte te arrebata todo y te recompensa con tormentos. Por un tiempo nos deja pecar, pero después nos paga con la oscuridad eterna.
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Psaltire sau cugetări evlavioase şi rugăciuni, Editura Sophia, Bucureşti, 2011, p. 123-124)