¿Por qué te desesperas? ¡Si te confesaste, Dios ya te perdonó!
La desesperanza y la frustración son cosas muy graves. Son trampas del maligno, para hacer que el hombre pierda su inclinación a lo espiritual y así arrastrarlo a la desesperanza, la indiferencia y la molicie.
No volvamos a los pecados que ya confesamos. El recuerdo de los pecados cometidos solamente nos causa perjuicio. ¿Pediste perdón por esas faltas? Quedaron borradas. Dios perdona todo lo que confesamos. No tenemos que volver atrás y encerrarnos en la desesperanza. Llenémonos de alegría y gratitud por el perdon de nuestras faltas.
No es sano que la persona se entristezca desmedidamente por sus pecados ni que por eso quiera vengarse de su propio “yo”, cayendo en la desesperación más profunda. La desesperanza y la frustración son cosas muy graves. Son trampas del maligno, para hacer que el hombre pierda su inclinación a lo espiritual y así arrastrarlo a la desesperanza, la indiferencia y la molicie. Y entonces el hombre ya no puede hacer nada, pierde todo propósito. Dice: “Soy un pecador, un hombre sucio. Soy esto, soy aquello, no hice esto, no hice aquello... Entonces tendría que haber hecho algo, pero ahora ya no puedo hacer nada... Se me va la vida, todo está perdido, no merezco nada”. Se crea, así, un complejo de inferioridad muy grande en el hombre, una inútil desconsideración hacia sí mismo: todo para él está mal. ¿Y cómo se llama eso? Falsa humildad.
(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, Traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, pp. 293-294)