Primero hay que ser honestos con nosotros mismos
Cuando “te alegras por el mal de otra persona”, por ejemplo, con un sentimiento interior muy fino, pero sensible, entiendes que es pecado.
El primer paso en el camino a Dios, para nosotros, los “más pequeños” del Señor, es aprender a ser honestos con nosotros mismos; es vernos a nosotros mismos y aceptar solamente lo que vemos, y confesarlo, ofreciéndoselo al Señor para nuestra purificación y sanación. Así es como descubriremos que el “pecado” es todo aquello ajeno al gozo que sentimos cuando somos obedientes al Espíritu que se nos da con el cumplimiento de los Mandamientos y por medio de los Sacramentos. Ofreciéndole al Señor lo “poco” que tengo, todo lo que ahora siento que es pecado, entro al Sacramento de la Contrición, por medio del cual aprendo cómo llegar al Reino y sentirme hijo Suyo.
Dicho en palabras más concretas, cuando “te alegras por el mal de otra persona”, por ejemplo, con un sentimiento interior muy fino, pero sensible, entiendes que es pecado. Basta con reconocer esto, sin preguntarte el “por qué”, sin excusar o acusarte, repitiendo la caída de los protopadres. Todo lo que tienes que hacer es mostrarle esto al Señor, pidiéndole que te libre de la carga de este pecado y te sane. Que sane la fuerza de tu alma con la cual cometes ese pecado. Con esto, la Gracia entrará en acción y, adentrándote en el Camino, entenderás el peligro de la caída en pecado ya desde su fase inicial, como cuando sientes envidia de alguien.
El sentimiento de envidia no es un pecado en sí mismo, sino la consecuencia de pecados más antiguos que ahora desconoces. Es un sentimiento que te induce a desear ser tú el envidiado, paralizado por el temor de no poder o por la pereza de hacer tú el esfuerzo que sí hace el otro. Todo esto, al ser presentado a la luz del conocimiento, alimentado por el espíritu de la contrición, podrá ser vencido, y obtendrás “don sobre don”.
(Traducido de: Monahia Siluana Vlad, Gânduri din încredințare, Editura Doxologia, Iași, 2012, pp. 37)