Palabras de espiritualidad

A propósito de las tentaciones del monje de hoy

  • Foto: Florentina Mardari

    Foto: Florentina Mardari

Translation and adaptation:

El monje no debe pasar demasiado tiempo en el mundo. Como un pez afuera del agua, así es el monje cuando sale de monasterio.

Cuando se le pidió al stárets Barsanufio que compusiera una lista de lecturas recomendadas para los monjes de la ermita, en un momento dado, mientras escribía, dijo: “Perdóname, venerable padre, por tachar tu libro, pero no quiero que aquellos que han encontrado refugio en los monasterios rusos empiecen a anhelar encendidamente irse a Athos… ¡aunque es un libro muy bueno!”. (Se trataba del libro “Cartas de un monje athonita”).

Si un monje se halla en una casa de laicos, es tratado como un laico. Por tal razón, el monje no debe pasar demasiado tiempo en el mundo. Como un pez afuera del agua, así es el monje cuando sale de monasterio.

Los padecimientos de los monjes actuales son más “refinados”. A primera vista, ni siquiera parecen sufrimientos. En esto puede verse la pérfida astucia del maligno. Las tentaciones evidentes, groseras y crudas despiertan en los cristianos una devoción llena de fervor y el valor necesario para enfrentarlas. Entonces, el maligno prefiere usar otras tentaciones más “suaves”, aunque muy afiladas y con un efecto muy poderoso. Son tentaciones que no despiertan la devoción ni nos predisponen al sacrificio y el esfuerzo, sino que mantienen el corazón en una densa niebla y la mente llena de dudas. Poco a poco van debilitando las fuerzas del alma, llevándonos a la desesperanza y a la inacción, hasta matarnos el alma, haciéndola morada de las pasiones. Esto se explica con el hecho de que los monjes de hoy esperan un tiempo mejor, diciendo: “Ayunaremos y oraremos cuando las condiciones sean propicias”. El Señor le prometió, en verdad, al que se arrepienta, que le perdonará sus pecados, pero nunca nos prometió que viviremos hasta mañana. Por eso, debemos esforzarnos, de acuerdo a las leyes de Dios, en cualquier condición, favorable o adversa, en cumplir con nuestros deberes monacales y recordar siempre las palabras: “En el tiempo favorable te escuché y en el día de salvación te ayudé” (II Corintios 6, 2).

(Traducido de: Starețul Nicon de la Optina, Editura Doxologia, Iași, 2011, p. 218)