A propósito de lo efímero y lo eterno
Nuestro Señor pronunció estas palabras: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?”. Y también dijo: “¿Qué recompensa dará el hombre por su alma?”.
Después de que una gran multitud se congregó a Su alrededor, nuestro Señor pronunció estas palabras: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?”. Y también dijo: “¿Qué recompensa dará el hombre por su alma?”.
Esto significa que el alma del hombre tiene un valor aún mayor que el de todo el mundo visible. Y si el hombre pierde su alma, ¿qué puede ofrecer a cambio para recuperarla? No hay nada en el mundo que valga tanto. Ni ofreciendo el mundo entero podría recobrarla.
¡Dichoso aquel que entienda todo esto y cuide su alma como si fuera el tesoro más grande de todos! Dichoso de aquel que cuida su alma día a día, impidiendo que sufra daño alguno. Porque quien salve su alma, salvará todo, y el que pierda su alma, perderá todo.
En una pequeña ciudad vivía un hombre muy rico, cuya residencia era una pequeña casa, vieja y deteriorada. No quería cambiar de morada, porque lo que le interesaba era acumular más riquezas y cuidarlas con celo.
Una noche, la casa prendió en llamas y se quemó por completo. Al ver el fuego amenazante, el hombre saltó de su lecho y, sin pensárselo dos veces, corrió a juntar sus joyas y su dinero, y sólo después salió de la casa.
De aquella casita no quedó más que un puñado de cenizas. El hombre tomó sus riquezas y se mudó a una ciudad más grande, en donde se hizo construir un hermoso palacio, en donde siguió viviendo holgadamente y sin preocupaciones.
¿Qué representa este relato? La pequeña ciudad es una representación de este mundo, en el cual los hombres viven como huéspedes, pero por poco tiempo. La casita que se quemó es el cuerpo del hombre, la casa del espíritu del hombre. El hombre rico representa a un cristiano sensato, quien habiendo escuchado aquellas palabras de Cristo —“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?”—, las entiende y las conserva en su corazón.
El tesoro de aquel hombre simboliza, de hecho, el alma del buen cristiano, quien, habiéndose esforzado durante toda su vida en vivir según la ley de Cristo, ha acumulado en su alma toda clase de virtudes, tanto o más refulgentes que el oro, la plata y todas las piedras preciosas. Aquella riqueza espiritual consiste en la fe y la esperanza en Dios, el amor a Dios, la oración, la caridad, la bondad, la paz, el amor fraterno, la humildad y la pureza.
¿Qué representa el incendio que destruyó la casa? La muerte del cuerpo. Ese fuego inesperado, surgido a media noche, representa la muerte que viene sin avisar, y cuya hora de llegada nadie conoce. El hecho de que el hombre se despertara al desatarse el incendio y su mudanza a una ciudad más grande, representa la liberación del alma con la muerte y la partida hacia la eternidad.
La ciudad grande representa al Reino de Cristo, en el cual viven solamente los ángeles y los justos. El palacio que que se hizo construir el hombre representa la morada de cada alma justa en ese mundo, en la eternidad.
Este relato es claro, y su enseñanza es muy bella. Quien tenga oídos, que escuche. Nadie puede poner sus esperanzas en esta vida pasajera, que pasa tan rápidamente como una nube arrastrada por el viento de un lado a otro. Que nadie se envanezca con su cuerpo, porque cada cuerpo es como una pequeña y endeble casa, que la muerte transforma en un puñado de cenizas.
(Traducido de: Sfîntul Nicolae Velimirovici, Sfântul Justin Popovici, Lupta pentru credință și alte scrieri, traducere de prof. Paul Bălan, Editura Rotonda, Pitești, 2011, pp. 70-72)