Palabras de espiritualidad

A propósito del misterio del alma

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

¡El misterio de nuestra alma! ¡El misterio de misterios! ¡El misterio que menos entendemos, el más inexplicable del mundo!

¡Nuevamente, nuestra alma! ¡El misterio de misterios! ¡El misterio que menos entendemos, el más inexplicable del mundo! Nadie ha podido jamás acercársele o entender su esencia, sus propiedades. Todo en ella es acción, que ella misma determina... pero aún así nadie ha podido entenderla jamás. Solamente Dios, como Verbo hecho carne, nos reveló y nos explicó qué y cómo es, porque Él Mismo es su Creador, su nostalgia, su mundo, su esperanza. Solamente Él podria explicarnos todo esto y describírnosla como solamente Dios podría hacerlo, al decir que ni el mundo entero es digno de una sola alma.

Aquel que se encarnó, Dios-Verbo, ya que asumió, en Su hipóstasis divina, al hombre completo como cuerpo y alma, les transmitió a ambos estos elementos divinos; por eso fue que en los más recónditos y misteriosos sitios del ser humano vino a entrar el carácter teo-nostálgico (θεονοσταλγικὸς) y cristo-nostálgico (χριστονοσταλγικός). Dios, como Verbo, se hizo el modelo de nuestra alma, su razón, su sentido, su anhelo y su mismo Paraíso. Solamente por medio de Cristo, el alma humana recobró su esencia, y con toda razón nuestro Señor dijo que “Quien pierda su alma por Mí, la hallará”. Solamente cuando el alma tiene como punto de partida y finalidad a Dios-Verbo, se completa y alcanza su propósito. Cualquier otro movimiento y actividad del alma se convierte y sigue siendo irracional y sin sentido, pero está esencialmente fuera de ella. O, mejor dicho, está en la insensatez y la instintiva perversión de las pasiones y el pecado, en el tormento y dolor sin fin. Por eso es que Dios-Verbo clama: “Quien se aferre a su alma, la perderá, pero quien pierda su alma por Mí, la encontrará”. Y este cuerpo de arcilla, el del hombre, sin la Palabra, no sería nada más que una vasija barata y fácil de destruir, al nivel del reino de los animales y sometido a los límites y leyes de la corrupción, del dolor y la muerte. Sin embargo, asumiéndolo, el Buen Arquitecto, Dios-Verbo, lo deificó y lo hizo logos también, de manera que fuera y siguiera siendo cuerpo de Cristo: “Pero el cuerpo... es para el Señor” Con Su Encarnación, Dios-Verbo tomó un cuerpo, en tanto que con Su Resurreción y Ascensión nos dio a conocer nuestra propia resurrección en el día que volvemos a nacer. Mas cuando el hombre se postra en adoración ante Dios, el cuerpo humano deificado alcanza ese honor, porque el Omnisciente y Arquitecto, el Dios-Verbo, quiso exaltar la imagen que antes cayera. Con la Encarnación de Dios-Verbo, se reveló por completo el misterio del hombre, así como el del Cielo mismo y el mundo. La cristificación y concesión de un sentido a nuestro ser entero, fueron realizados con la divina teofanía, ya que, antes, el completo pensamiento humano no era sino un clamor desesperado, un lamento sin fin, un suspiro y un llanto interminable. Todo lo que es solamente humano, si no vuelve a Dios-Hombre, a su Señor, para ser logosificado y teantropizado, sigue siendo irracional, sin sentido y, finalmente, inhumano. Este es el propósito principal y último de la Encarnación de nuestro Señor, logosificar al hombre y todo su ser. Sin esa logosificación en Dios-Verbo y sin nuestra deificación, nuestro se entero psico-somático no es nada más que un despreciable mostruo, un fantasma, una sombra errante.

(Traducdio de: Gheronda Iosif Vatopedinul, De la moarte la viață, traducere de Laura Enache, Editura Doxologia, Iași, 2017, pp. 37-39)