¡Qué forma de responder a mis plegarias, Señor!
Una vez nos pusimos todos de rodillas y empezamos a orar, el dolor desapareció. ¿Qué dolor? ¿Y a dónde se fue? Debo confesar que me asusté, Dios mío y Señor mío.
En esos días, un fuerte dolor de dientes me atormentaba enormemente y, cuando esa molestia se intensificó, tanto que no podía ni hablar, una idea vino a mi corazón, de orar, junto con todos los que estaban a mi lado, para pedirte a Ti, Dios de toda salvación, Tu auxilio. Entonces, tomé una tableta de cera y escribí en ella mi petición, para que los demás la leyeran.
Y, una vez nos pusimos todos de rodillas y empezamos a orar, el dolor desapareció. ¿Qué dolor? ¿Y a dónde se fue? Debo confesar que me asusté, Dios mío y Señor mío, porque nunca antes en mi vida había experimentado algo semejante. Y en lo más hondo de mi ser entro la señal de Tu obra, alegrándome en la fe. Entonces, empecé a glorificar Tu nombre.
(Traducido de: Fericitul Augustin, Confessiones – Mărturisiri, Cartea a IX-a, IV (12), în PSB, vol. 64, p. 192)