Palabras de espiritualidad

¡Qué grueso y pesado se ha vuelto nuestro corazón!

    • Foto: Doxologia

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Dios deja de ser para nosotros una gran ausencia, para convertirse en una inmensa presencia. Empezamos a ver la dulzura.

Sobre la vida ascética instituida por Cristo

Así es como se emblandece nuestra relación con Dios y nos hacemos capaces de acercarnos aún más y con mayor determinación a Él. Descubrimos que todo lo terrenal se aleja de nuestro corazón. ¡Qué engrosado tenemos el corazón! Tal como se hincha el cuerpo, asi también se alimenta y se engruesa el corazón. Se hace tierra, carne. Sin embargo, vemos ahora que se emblandence y se aligera, y tal como el cuerpo se marchita con el ayuno, se purifica y se desmaterializa, así también se desmaterializa el corazón y se alista para recibir a Dios.

Luego de la entrada del factor divino en nuestra vida, luego de la entrada de la energía divina que obra en nosotros —que siempre estuvo en nuestro interior, pero sin activarse—, vemos cómo nace en nosotros la añoranza de Dios. Vemos que nuestros anhelos empiezan a elevarse hasta Él y se abren los ojos de nuestros sentidos, así como los de nuestra alma y nuestro cuerpo. Y entonces somos capaces de ver.

¿Qué cosa? En primer lugar, la dulzura de Dios. Dios deja de ser para nosotros una gran ausencia, para convertirse en una inmensa presencia. Empezamos a ver la dulzura. Es lo que necesita el primero en ser creado, el hombre, para ser atraído, aunque se trate del hombre del siglo veinte. Nos atrae todo lo que es dulce. Pero, ¿por qué digo que “somos capaces de ver”? Porque la dulzura es tan fuerte que hasta nos inunda. Tal como nos sentimos aturdidos cuando vemos algo dulce, la misma “embriaguez” se siente en este caso. Te llena la visión de la dulzura de Cristo, Quien atrae tu corazón. Si no probamos esta dulzura, nos arrastraremos como un caracol en un espacio cerrado, sofocante y húmedo.

En segundo lugar, vemos la dulzura, el placer y el gozo de nuestra alma. Y cada uno de ellos es distinto. Vemos que nuestra alma también participa. Tomemos, hermanos, las fragantes reliquias de algún santo, y después pongámoslas en su lugar, ¿Qué notaremos? Que nuestras manos quedarán llenas de ese aroma. Toquemos nuestra estola o nuestro stiharion con las manos llenas de esa fragancia. O pongamos las reliquias en un rinconcito oculto a la vista de todos. Pidámosle a alguien que entre a nuestra celda. Nos preguntará: “¿De dónde sacaste esa fragancia que sale de tu estola?”.

En consecuencia, tenemos dos cosas: la buena fragancia del santo y la buena fragancia que las reliquias han dejado en nuestras vestimentas. Lo mismo ocurre con nosotros. Paralelamente con la dulzura de Dios, vemos también nuestra alma y nuestro corazón en la dulzura, en el gozo, en el deleite. Y todo nuestro ser se alegra.

(Traducido de: Arhimandritul Emilianos Simponopetritul, Despre viață. Cuvânt despre nădejde, Indiktos, Athena 2005)