¡Que nada se pierda!
Si nos pusiéramos a calcular cuántos minutos perdemos inútilmente cada día, juntaríamos años enteros. ¡Cuánto bien no hubiéramos podido hacer en ese tiempo, perdido ya para siempre!
“Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda” (Juan 6, 12)
¿No es extraño que Aquel que con tanta facilidad acababa de alimentar a miles de personas —con tan solo cinco panes—, se mostrara tan preocupado por las migajas sobrantes? Aunque tengamos de todo y en abundancia, nada debe perderse. Esta norma es válida también cuando hablamos del tiempo. ¡Y cuánto tiempo no perdemos cada día! Si nos pusiéramos a calcular cuántos minutos perdemos inútilmente cada día, juntaríamos años enteros. ¡Cuánto bien no hubiéramos podido hacer en ese tiempo, perdido ya para siempre!
Si nuestras fuerzas le pertenecen a Dios, no es correcto que las malgastemos en cualquier clase de trivialidades, sino que debemos dedicárselas a Él. Y es que ante Él daremos cuentas de todo lo que nos ha concedido y de cada segundo que hemos desperdiciado. Ni una sola palabra pronunciada en vano quedará sin castigo. Él le mostrará a cada alma para qué fue enviada al mundo y qué fue lo que perdió por su dejadez y con palabreríos vacíos.
(Traducido de: Fiecare zi, un dar al lui Dumnezeu: 366 cuvinte de folos pentru toate zilele anului, Editura Sophia, p. 345)