¿Qué podría darte a cambio, Señor, qué alabanzas podría elevarte?
¡Cuánto te entristezco, cuánto te enfado, Señor! Pero Tú, por un pequeño cambio en mi interior me has concedido conocer Tu inmensa misericordia y Tu infinita bondad.
La Gracia de Dios nos da el poder de amar a Aquel que es amado. Así, el alma se siente siempre atraída por la oración y no puede olvidarse del Señor ni tan siquiera un segundo.
Señor, Tú que tanto amas a la humanidad, ¿cómo es que no has olvidado a este siervo Tuyo tan pecador, sino que le has dirigido Tu mirada llena de piedad y de forma inefable te le has revelado?
¡Cuánto te entristezco, cuánto te enfado, Señor! Pero Tú, por un pequeño cambio en mi interior me has concedido conocer Tu inmensa misericordia y Tu infinita bondad.
Tu mirada mansa y serena ha cautivado mi alma.
¿Qué podría darte a cambio, Señor, qué alabanzas podría elevarte?
Tú das la Gracia, para que el alma se encienda incesantemente de amor y no conozca el descanso ni de día ni de noche, en el amor de Dios.
Tu evocación aviva mi alma, de una forma tal que en ninguna otra parte de este mundo podría hallar sosiego si no es en Ti. Por eso es que te busco con mis lágrimas y nuevamente te pierdo. Y nuevamente mi alma quiere gozarse en Ti, pero Tú no me muestras Tu Rostro, que mi alma anhela conocer día y noche.
(Traducido de: Cuviosul Siluan Athonitul, Între iadul deznădejdii și iadul smereniei, Editura Deisis, Sibiu, 2000, p. 43)