¿Qué puedo hacer para aceptar a mi semejante con todo y sus defectos?
Simplemente, di: “¡Señor, no puedo!”. Ese “¡Señor, no puedo!” es la mejor ocasión para recordar Su promesa: “¡Sin Mí no podéis hacer nada!”.
Para aceptar al otro, simplemente necesitamos pedirle a Dios que nos conceda la capacidad de hacerlo: “¡Concédeme, Señor, el poder de aceptarlo tal cual es! ¡Por favor, Señor, haz algo!”. Esto es algo que he relatado muchas veces, así que les suplico que me perdonen si me estoy repitiendo. Un día cualquiera, hallándome de visita en Bucarest, tuve que utilizar el tranvía para movilizarme. En un momento dado, uno de los pasajeros, un hombre alto y fornido, empezó a hacer muecas de burla hacia mí, sacando la lengua y gesticulando de forma ostensible. Yo empecé: “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de nosotros!”, pero el hombre siguió a lo suyo. Yo, una “hesicasta”, él, nada. ¡En fin, cada uno con sus cosas! ¡Repentinamente, el individuo se acuclilló a mi lado y recostó su cabeza sobre mis piernas! Aterrada, se me olvidó mi impasible “hesicasmo” y clamé en mi interior con todas mis fuerzas: “¡Señor, Tú amas a este hombre, haz algo con él!”. El hombre se levantó de un salto, se persignó, y dijo: “¡Madre, mi mujer practica la brujería!”. Y empezó a contarme sus penas. Después, agregó: “Tengo que bajarme ya, madre, creo que hemos llegado a mi estación. ¡No, mejor la acompaño a usted a donde vaya, para cuidarla!”. Le respondí: “¡No se preocupe, Dios me protege!”. Dijo: “¡Sí, ya me di cuenta!”. Y, dándose la vuelta, de un salto descendió del vagón. Yo no pude ver lo que el vio, pero está claro que algo vio, y por eso me dijo esas últimas palabras antes de irse. Pero lo único que hice yo fue repetir en mi mente: “¡Señor, Tú lo amas, haz algo!”. Y lo hizo.
Lo mismo tienes que hacer tú. Simplemente, di: “¡Señor, no puedo!”. Ese “¡Señor, no puedo!” es la mejor ocasión para recordar Su promesa: “¡Sin Mí no podéis hacer nada!”. Puedes contárselo todo: “¿Por qué me diste unos compañeros de clase tan insufribles?”, “¿Por qué me diste esa compañera de habitación?”. Y Él te responderá: “Para darte la oportunidad de amar con Mi Gracia y no con tus propias fuerzas”. Y, créeme, verás que cuando alguien se siente amado, reacciona de manera diferente.
Luego, mira a tu alrededor y piensa en alguien que no te simpatiza, y después analiza por qué no te simpatiza. Quizás esa persona habla demasiado, o en un tono demasiado alto, o con soberbia. Y entonces puede ocurrir que te des cuenta que también tú sufres de ese mismo defecto. Continuemos. ¿Qué más te molesta de esa persona? ¡Huele mal! “¿Eso significa que también yo huelo mal?”. Y así, sucesivamente, viéndote a través de los ojos de los demás, examinándote. “¿Qué voy a hacer hoy? No iré a la escuela, porque me siento muy cansado… ¿Acaso soy un perezoso? ¡Mejor me levanto y me voy a la escuela!”. Y así es como nos vamos conociendo y descubriendo...
Luego, acerquémonos a Dios. Solo asi podremos ver nuestros defectos y pasiones.
(Traducido de: Monahia Siluana Vlad, Deschide Cerul cu lucrul mărunt, Editura Doxologia, Iași, 2013, p. 145-146)