¿Qué sentido tiene volvernos pálidos y amarillentos de tanto ayunar, si seguimos envidiando y odiando?
¿Qué sentido tiene privar el cuerpo de comer, si nos llenamos el alma de pecados? ¿Qué sentido tiene volvernos pálidos y amarillentos de tanto ayunar, si seguimos envidiando y odiando?
Oremos, pidiéndole a Dios la salvación de nuestra alma, porque Él nos la dará, así como Cristo dice: “Pidan y se les dará” (Mateo 7, 7). Porque la oración que se hace con devoción y calidez, desde el corazón, atraviesa los cielos y llega a los oídos de Dios. [...]
Pero, ¿qué sentido tiene que privar el cuerpo de comer, si nos llenamos el alma de pecados? ¿Qué sentido tiene hacernos pálidos y amarillentos de tanto ayunar, si seguimos envidiando y odiando? ¿Para qué dejar de beber vino, si seguimos bebiendo el veneno de la ira? ¿Qué sentido tiene dejar de comer carne, mientras desgarramos la carne de nuestros hermanos, con nuestras ofensas? ¿Qué sentido tiene renunciar a lo que nos es permitido y seguir haciendo lo que no nos es permitido? Porque es a esos a quienes Dios ama y honra: los que se cuidan de no hacer lo que no está permitido.
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul Românesc, Editura Episcopiei Dunării de Jos, 1998, pp. 246-247)