El niño que no recibe suficiente atención por parte de sus padres, se acostumbra a creer que no es tan importante para ellos y aprende a estar solo, a hacer todo por sí mismo. Pero, luego de veinte o veinticinco años, al envejecer los padres, desearán tener un amigo en su hijo o hija, alguien que pase con ellos las fiestas de Navidad, que los lleve a pasear... Pero el hijo, un adulto, no necesitará ya de ellos.

La vida personal de estos hijos puede tomar distintos caminos. Algunos se esforzarán en no repetir los errores de sus padres y crearán, en sus propias familias, una acogedora atmósfera de confianza, pero dejando a los abuelos fuera de los límites del círculo familiar.

Otros —y en la Europa contemporánea hay innumerables ejemplos de este tipo— perderán el deseo de formar su propia familia y de tener hijos, porque el hábito de la soledad se ha enraizado profundamente en sus corazones.

(Traducido de: Educarea copilului: sfaturi ale duhovnicilor și psihologilor ortodocși, traducere din limba rusă de Adrian Tănăsescu-Vlas, București, Editura Sophia, 2013, pp. 120-121)