¡Qué tozudo es el hombre! ¡No quiere abrir!
¡Al hombre le da miedo abrir, aunque sabe que afuera espera la Gracia de Dios, aunque sabe que afuera espera el mismo Cristo, el Reino de Dios, su propia salvación!
De la delicadeza de la Gracia y el empecinamiento del hombre.
En lo profundo, el alma es una fortaleza invencible. Hasta allí llegan los dones y toda clase de ayuda; sin embargo, la fortaleza sigue cerrada, porque la puerta se abre solamente por adentro. Y si no le abren, la Gracia de Dios tiene la delicadeza de no forzar la puerta. ¡De lo contrario, no sería más la Gracia! Sería cualquier otra cosa. Sería una energía diabólica. La Gracia tiene la delicadeza, la finura de no forzar la puerta, sino que espera, se hace presente. Espera que le abran desde adentro. Y la llave la tiene el que vive en aquel lugar. La posibilidad de abrir esa puerta la tiene solamente el hombre, quien se empecina en mantenerla cerrada. ¡Le da miedo abrir, aunque sabe que afuera espera la Gracia de Dios, aunque sabe que afuera espera el mismo Cristo, el Reino de Dios, su propia salvación!
¡Qué tozudo es el hombre! No quiere abrir. ¡Ay de esas almas! Porque son muchos los que hacen eso. El recordado A. Aspiotis dice, al hablar del tipo melancólico, del hombre que sufre de una forma grave de melancolía, que este siente que vive en el infierno y entiende que si quiere salir de ese lugar, entrará en un nuevo estado. Aunque entiende que podría librarse del infierno y sus tormentos, no lo hace
(Traducido de: Arhim. Simeon Kraiopoulos, Sufletul meu, temnița mea, Editura Bizantină, p 126-127)