¿Quién está libre de pecado?
El juicio verdaderamente justo es la conciencia de nuestra propia culpabilidad. ¿Cómo podría el hombre juzgar a su semejante, a sabiendas de que él mismo tiene más culpas que el otro?
¿Cómo es posible que el Señor diga, en una parte: “No juzguéis”, y en otra: “Juzgad con juicio justo” (Juan 7, 24)?
Podría parecer que se trata de una cotradicción. Ese “No juzguéis” es aplicavle especialmente al hombre, quien no es capaz de ver las cosas de la forma en que son en realidad. Él mismo, siendo imperfecto, es siempre responsable de sus propias faltas y errores. En consecuencia, sus conclusiones son siempre inexactas e imperfectas. Solamente Dios, que es Perfectísimo y más allá de toda perfección, es también justo y tiene como atributo el poder de juzgar. Porque Él, que está libre de toda falta y es perfecto, puede juzgar correctamente; Él puede ver no solamente la parte exterior de las cosas, sino también el propósito para el que fueron hechas.
Así, solamente Dios es “Aquel que conoce todas las cosas antes de que aparezcan”, y Aquel que, conociendo la mente de los hombres, puede emitir un juicio sin equivocarse. El hombre es culpable cuando juzga a su semejante, porque está vulnerando la ley del amor. Aunque “debemos dar la vida por nuestros hermanos” (I Juan 3, 16), nosotros los juzgamos, haciéndonos más seriamente culpables. Nuestro Señor nos ordena: “El que no tenga pecado alguno, que arroje la primera piedra” (Juan 8, 7). Sin embargo, ¿quién está libre de pecado, entre aquellos que juzgan a sus semejantes?
Las otras palabras de nuestro Señor, “Juzgad con juicio justo”, se refieren precisamente a la conciencia de nuestros límites, de forma que podamos apartarnos de la necedad y la insolencia. Dios mismo nos dice: “Mía es la venganza: yo daré el pago merecido” (Romanos 12, 19). El juicio verdaderamente justo es la conciencia de nuestra propia culpabilidad. ¿Cómo podría el hombre juzgar a su semejante, a sabiendas de que él mismo tiene más culpas que el otro? Recordemos aquellas palabras: “Saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano” (Mateo 7,5).
(Traducido de: Gheronda Iosif Vatopedinul, Dialoguri la Athos, Editura Doxologia, p. 37-38)