¿Quién puede decir que tiene la conciencia limpia?
Esta fe viva en la existencia —después de la muerte— de una vida eterna y feliz, inspiró a incontables mártires en los primeros siglos del cristianismo, consiguiendo que para ellos la muerte fuera el suceso más feliz, a pesar de los terribles tormentos que sufrieron.
El que tenga su conciencia limpia podrá atravesar en paz el portal de la eternidad, es decir, la muerte física. Podrá, así, decir junto al justo Simeón: “Ahora, Señor, ya puedes dejar que tu servidor muera en paz, como le has dicho.” (Lucas 2, 29).
Pero, ¿quién puede tener la conciencia completamente tranquila? Aquel que se ha esforzado en vivir cristianamente, obedeciendo a la Iglesia, estando en paz con Dios y con los demás, preparándose para morir, con el Sacramento de la Confesión —que suprime el peso de los pecados que agobian la conciencia— y gustando del Cuerpo y la Sangre de Cristo, con la Comunión.
Creyendo en esta verdad, el cristiano no sólo deja de temerle a la muerte, sino que sale a su encuentro con alegría, cuando llegue el momento de partir. Esta fe viva en la existencia —después de la muerte— de una vida eterna y feliz, inspiró a incontables mártires en los primeros siglos del cristianismo, consiguiendo que para ellos la muerte fuera el suceso más feliz, a pesar de los terribles tormentos que sufrieron.
(Traducido de: Arhimandrit Chiril Pavlov, Lauda Maicii Domnului, Editura Egumenița, Galați, 2012, p. 19)