Quien siembre calumnia cosechará juicio
Una mujer chismorreaba, a diestra y siniestra, sobre todas y cada una de sus vecinas. Esta situación llegó a oídos del párroco de aquel lugar, quien decidió averiguar qué era lo que pasaba. Visitándola, le pidió a la mujer que le trajera una almohada pequeña, de esas rellenas con plumas. Al volver aquella con el cojín, el sacerdote le pidió que lo abriera y sacudiera con fuerza al viento, como tratándose de un pequeño sacrificio material que habría de significarle una gran recompensa espiritual.
Una mujer sufría del vicio de la calumnia. Chismorreaba, a diestra y siniestra, sobre todas y cada una de sus vecinas. Esta situación llegó a oídos del párroco de aquel lugar, quien decidió averiguar qué era lo que pasaba. Visitándola, le pidió a la mujer que le trajera una almohada pequeña, de esas rellenas con plumas. Al volver aquella con el cojín, el sacerdote le pidió que lo abrirera y sacudiera con fuerza al viento, como tratándose de un pequeño sacrificio material que habría de significarle una gran recompensa espiritual. Así lo hizo la mujer, que pronto vio cómo las plumas se dispersaban en todas direcciones. Entonces, el sacerdote le pidió:
“—¡Por favor, junta todas las plumas que volaron!”
“—Pero... ¡eso es imposible, Padre!”, respondió ella, asombrada.
“—¿Ves? Lo mismo pasa con las palabras que salen de tu boca sin cesar. ¡Es imposible traer de vuelta todo lo malo que hayas dicho de tus vecinas!”
La mujer se quedó atónita por la lección recibida. Sobre todo, porque luego el sacerdote le explicó que, aunque para nosotros sea imposible hacer volver las palabras que decimos, para Dios no lo es. Y será en el día del Juicio cuando nos las muestre nuevamente, una a una.
(Traducido de: Arhimandrit Serafim Alexiev, Tâlcuire la Rugăciunea Sfântului Efrem Sirul, traducere din limba bulgară de Gheorghiță Ciocioi, Editura Sophia, București, 2011, pp. 53-54)