Palabras de espiritualidad

¿Quieres decir que Tú eres mi Dios?

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

Cuando me decías: “¡Señor mío, Dios mío!”, te ayudaba, aunque tú no me entendías... porque, en realidad, no era a Mí a quien buscabas. ¡Yo soy Aquel que se escondía detrás de tu hambre, detrás de tu sed, detrás de tu sueño, detrás de tus postraciones, detrás de todo lo que te ocurría, detrás de tus pecados, detrás de todo!

Cuando llegamos a este punto, Dios, que está preparado para responder a nuestras oraciones y no pierde tan siquiera un minuto, se apresura en venir a nuestro corazón. Pero, me dirás: “¿Después de tantos tormentos?”. Es exactamente lo que decimos todos. Vivimos la demora de Dios como algo subjetivo. Siempre nos parece que, cuando oramos, Dios se demora. Pero, en esencia, Dios no tarda ni siquiera un minuto, ni tan siquiera un instante.

Ahora empiezo a buscar el Espíritu de Dios. Inmediatemante el Espíritu entra en mi corazón. El Espíritu viene. Mas, ¿qué es el Espíritu? Pero el Espíritu está presente en todas partes. ¿No existía antes el Espíritu? “Envías Tu soplo y son creados” [1]. Cuando, al contrario, vuelves un poco Tu rostro, es decir, Tu Espíritu, Tu presencia, todo se llena de tinieblas, todo se derrumba, todo muere. Todo cae en la nada de la inexistencia.

Ahora el Espíritu empieza a manifestarse, a gritar: “¡Abbá, Padre!”, es decir, nos revela Su identidad esencial con el Padre,. Obra especialmente el Hijo en el Espíritu Santo, Quien es puesto en acción en la Iglesia para dar testimonio del Padre. Ahora podemos interpretar todos los pasajes de la Biblia que mencionan ese movimiento de la Santísima Trinidad, movimientos providenciales de la Trinidad en nuestra vida.

Así pues, el Espíritu Santo empieza a revelarnos al Padre y Su identidad esencial con Él, y se multiplica nuestra percepción de Aquel que está con nosotros y que viene a nosotros, el Hijo, Cristo. Entonces empezamos una nueva vida, algo que no conocíamos hasta hoy. ¿Cuál es esa vida? La de una nueva lucha espiritual.

Cuando te hallas en lo oscuro y te parece que una sombra ha entrado, te estremeces y te preguntas de qué se trata aquello. Cuando oyes un ruido brusco, corres a ver qué pasa, te asustas. Lo mismo ocurre en esto. Escuchas la voz de Dios, sientes Su presencia... y, ante todo, te sorprendes, te intranquilizas, te preguntas qué es aquello. ¿Dios? ¿El maligno? ¿Alguna pasión, la proyección de mi egoísmo? ¿Qué clase de cosa es esta? Ya que estamos examinando estas cuestiones espirituales, las mencionaré someramente, sin detenerme en ninguno de esos estados. Hasta este momento hemos experimentado distintos de ellos, para que nuestra alma pueda orar. A partir de este momento entraremos más en la oración que busca a Dios. Todavía no hemos empezado el diálogo, la oración, lo esencial de la comunicación con Dios. Esto sucederá después de lo que mencionaremos a continuación.

Empieza, pues, esta agitación de nuestra alma:

¿Quién eres? ¿Qué eres, que me llenas de temor?, pareciera preguntar mi alma.

Lo voy a decir grosso modo. Al comienzo, Él se oculta de nosotros, tal como nosotros alguna vez hemos jugado con alguien detrás de un árbol, pidiéndole que cierre los ojos. Así, empieza el diálogo:

¿Quién soy?

Eres fulano.

¡No!, digo yo.

Entonces eres mengano.

¡No!

Entonces... es que eres tal otra persona.

¡Sí!

Y abre los ojos y nos abrazamos.

Esto es exactamente lo mismo que sentimos en nuestra alma con esta oración. Tenemos, así pues, nuestra intranquilidad y Dios se oculta de nosotros, como si jugara con nosotros. Y le gritamos aún más fuerte:

¿Por qué juegas conmigo? ¿Quién eres? Dime, ¿por qué vienes a mí?

Y el Espíritu nos dice:

¡¿Desde hace cuántos años clamas a Mí, y ahora me preguntas por qué vengo a tí?!

Y empiezo a entender qué era lo que buscaba, qué era lo que pedía, qué era lo que quería encontrar... ¡porque es eso lo que estoy viviendo! Alguna vez, decimos: “¡Ni siquiera sabemos para qué vivimos!”. Y, en realidad, no sabemos para qué vivimos. Si no nos lo enseñara Dios, no podríamos entenderlo.

¿Quién eres Tú?, le preguntamos finalmente.

¡Yo soy Dios!

Y, aún en medio de nuestras pasiones, nos inclinamos, intentamos ver y nos frotamos los ojos —para quitarnos las legañas—, para limpiarlos. Los abrimos nuevamente, miramos con atención, ahora con claridad. Él se nos acerca, poco a poco. Nos purificamos y Él alumbra toda la oscuridad, aparta los nubarrones. Es decir que Él disipa mis tinieblas para que pueda verle.

Y aquella anterior agitación se convierte ahora en un gozo espiritual, no solamente en una señal profética, sino en el gozo de Su presencia ya desde ahora, de Su cercanía desde este momento. Empiezo a sentirle, empiezo a notar Su existencia y mi corazón empieza a latir, como reconociéndole.

¿Es decir que Tú eres mi Dios?

Yo soy. ¿No me reconoces? Yo soy Aquel que te creó, Aquel que te bautizó, Aquel que te tonsuró como monje, Aquel que te respondía cuando orabas. Y tú eres quien me decía: “¡Señor mío, Dios mío!”, y te ayudaba, aunque tú no me entendías... porque, en realidad, no era a Mí a quien buscabas. ¡Yo soy Aquel que se escondía detrás de tu hambre, detrás de tu sed, detrás de tu sueño, detrás de tus postraciones, detrás de todo lo que te ocurría, detrás de tus pecados, detrás de todo!

(Traducido de: Despre Dumnezeu. Rațiunea simțirii, Indiktos, Atena 2004)

[1] Salmos 103, 30.