Reconociendo nuestra impotencia, nuestra oración se hace más sincera
Esforcémonos en utilizar nuestras debilidades para obtener una mente humilde, porque ésta destruye ese orgullo que ni siquiera notamos dentro nuestro. Nos esforzamos en condenar a nuestro prójimo; si nos hacemos humildes, dejaremos de juzgarlo. Oremos con humildad, como el publicano, y Dios recibirá nuestra oración, porque Él siempre acepta las plegarias de los humildes y atiende sus peticiones.
Deben recordar más seguido las palabras del Señor; al cumplir todos Sus mandamientos, digan, “Siervos indignos somos, hemos hecho sólo lo que era nuestra obligación” (Lucas 17, 10). De esta forma alejarán todo pensamiento vano.
De cualquier manera, debido a que estamos lejos de cumplir plenamente con todos los mandamientos de Dios, debemos humillarnos y arrepentirnos, así como lo escribe el Piadoso Marcos el Asceta, en su “Prédica sobre el arrepentimiento”. La contrición siempre es necesaria, aunque nosotros tendemos sólo a ver nuestros éxitos. ¿Por qué creen que San Efrén el Sirio dice “Así, Señor y Soberano mío, concédeme ver mis faltas y no condenar a mi hermano”? Él se refiere al hecho que debemos conocer nuestros pecados pasados y presentes, sin caer en la desesperanza, sino arrepentirnos, considerándonos el peor de todos. En la Filocalia, después de hablar de los siete trabajos del cuerpo, San Pedro de Damasco dice: “Entonces la mente comienza a ver que sus faltas son como la arena del mar... este es el inicio de la claridad en el alma y señal de su renovada salud”.
¿Ven? Después de practicar las virtudes es que la mente ve sus errores, no sus éxitos. San Isaac tampoco nos pide que busquemos altas visiones, sino que nos habla de cumplir con los mandatos del alma. Les recomiendo, pues, que se esfuercen en cumplir con los mandamientos, pero sin perturbarse cuando el corazón llegue a la humildad; entonces recibirán la ayuda de Dios para realizar buenas obras y alejarse de lo que es pernicioso.
Nuestros tropiezos aparecen, de acuerdo a San Juan Climaco, porque, “En donde se peca, ahí ha estado antes el orgullo”.
Así pues, esforcémonos en utilizar nuestras debilidades para obtener una mente humilde, porque ésta destruye ese orgullo que ni siquiera notamos dentro nuestro. Nos esforzamos en condenar a nuestro prójimo; si nos hacemos humildes, dejaremos de juzgarlo. Oremos con humildad, como el publicano, y Dios recibirá nuestra oración, porque Él siempre acepta las plegarias de los humildes y atiende sus peticiones. Por la misma razón no tenemos derecho a valorar nuestra propia oración, sino que debemos hacerla con suficiente devoción. Dios es quien conoce su valor; si intentamos evaluarla por nosotros mismos, estaremos corriendo el riesgo de asemejarnos al fariseo.
(Traducido de: Sfântul Macarie de la Optina, Sfaturi pentru mireni, Editura Sophia, București, 2011, pp. 9-10)