Reconociéndonos débiles, con toda humildad
Atrevámonos, pues, a pesar de todas nuestras pasiones y nuestra impotencia, a ofrecerle a Cristo, con una inamovible fe, nuestra debilidad espiritual.
Un auténtico sacrificio y saber soportar mucho sufrimiento es lo que se nos pide a los negligentes, hasta que transformemos nuestra mente, esa bestia voraz, en una que ama la pureza y vela por medio de la simplicidad, la más profunda mansedumbre y la perseverancia.
Atrevámonos, pues, a pesar de todas nuestras pasiones y nuestra impotencia, a ofrecerle a Cristo, con una inamovible fe, nuestra debilidad espiritual, confesándola. Entonces recibiremos Su auxilio, más allá de nuestros merecimientos, si nos postramos sin cesar en lo profundo de la humildad.
(Traducido de: Cuvântul 1, Despre lepădarea de viaţa deşartă şi despre retragere)