Reconozcamos que tenemos un enemigo y que Dios nos puede ayudar a vencerlo
En vez de preocuparnos por el demonio y sus ardides, en vez de sobrecogernos por las pasiones y sus peligros, regresemos al amor a Cristo.
Muchas personas, incluso entre los cristianos, rechazan la existencia del maligno. Sin embargo, esto (la existencia del demonio) es algo que no admite discusiones. El demonio existe. ¿Qué pasaría, entonces, si quitáramos del Evangelio esa certeza en la existencia del enemigo de nuestras almas? No quedaría nada que hacer con el Evangelio. Porque “Para esto vino el Hijo de Dios: para deshacer las obras del demonio” (I Juan 3, 8). También dice la Santa Escritura: “También los demonios creen y se estremecen” (Santiago 2, 19). Y, en otra parte: “… para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al demonio” (Hebreos 2, 14). ¿Qué nos demuestran estos fragmentos? ¿No hablan de Cristo Mismo venciendo al maligno? Luego, no podemos ignorar la existencia del demonio, cuyas obras vino a destruir Cristo, nuestro Señor.
Dicho esto, quiero exhortarlos a lo siguiente, hermanos: en vez de preocuparnos por el demonio y sus ardides, en vez de sobrecogernos por las pasiones y sus peligros, regresemos al amor a Cristo. Veamos qué dice el poeta en el canon de San Onésimo: “Con tu valiente entendimiento, oh feliz Onésimo, pisoteaste las celadas del engaño, destruyéndolas con las armas de la fe correcta, oh sabio de Dios …”.
Realmente son admirables las palabras utilizadas por el poeta en la composición de este tropario. El maligno le ponía trampas, pero San Onésimo lo ahuyentaba con un “valiente entendimiento”. Esa mente juiciosa era lo que le servía para vencer al enemigo. Y, además, glorificaba a Dios y tenía un corazón encendido por Cristo.
(Traducido de: Ne vorbește părintele Porfirie – Viața și cuvintele, Traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumenița, 2003, pp. 248-249)