Relato de un duro encuentro espiritual
Si el episodio de la mujer cananea puede ser considerado el relato de un examen (muy severo), el de la samaritana no es otra cosa que un duelo feroz y despiadado.
La escena, como en el teatro clásico, carece de accesorios innecesarios. Todo tiene lugar al nivel de la confrontación espiritual, como en las tragedias de Corneille o Racine. Frente a frente, bajo el ardiente sol de un mediodía estival, en el centro de un lugar vacío, donde lo único que hay es un pozo (y donde la presencia —invisible— del elemento “agua” será completada pronto con la revelación del Espíritu Mismo)—, dos personajes, dos fuerzas, dos libertades. Cristo reconoció en aquella mujer que vino a extraer agua una de esas naturalezas más resueltas, dignas de ser desafiadas y conquistadas por Él.
El encuentro de Cristo con la samaritana, tal como es relatado por el Santo Apóstol Juan (Juan 4, 4-26), no tan distinto al de Jacob con el ángel del Señor (Génesis 32, 24), es presentado como un duelo. La analogía entre esos dos choques es reveladora: tanto Jacob como la samaritana tienen eso que los psicólogos llaman una “personalidad remarcable”, y no son los mismos de ayer o anteayer. Cristo tiene que enfrentar (y vencer) a un ser vivo y poderoso, una mujer, una persona dura de cérviz y dotada de una inteligencia excepcional, un juicio equilibrado, pero también irónica, orgullosa y pendenciera. El Señor la espera tal cual es, se somete a las tácticas, fintas, reglas, paciencia e impetuosidad del duelo, pero también a Su ley no escrita, misma que impera en todo: ¡vencer a cualquier precio!
Por eso es que el Señor procede, primero, sin prisa alguna, acentuando el aspecto espontáneo de aquel encuentro, y como midiendo, tanteando y analizando a su adversaria: solamente al final y después de que el punto débil de la mujer sale a luz —su situación matrimonial (“Has dicho bien, no tienes marido…”)— dará (como un cirujano que primero aisla el absceso, para después cauterizarlo) el golpe final, el tiro de gracia, con unas palabras irresistibles: “Yo Soy, el que habla contigo”.
(Traducido de: Nicolae Steinhardt, Dăruind vei dobândi, Editura Dacia, 1997, pp. 42-43)