Si conociéramos nuestros propios pecados, no tendríamos tiempo de juzgar a los demás
No podemos sino sentir tristeza por quienes provocan tales juicios, pero Dios es tan misericordioso, que pude llamar a cualquiera al arrepentimiento.
Sufres porque te desconciertan las discusiones y murmuraciones que escuchas en la sociedad sobre los monjes, porque no puedes evitar intervenir en ellas y a veces compartes algunas de esas opiniones. ¿Qué puedes hacer? El monaquismo no es el culpable, sino la debilidad de algunos, que ven al mundo con ojos demasiado “agudos” y, preocupándose por las debilidades de los otros, generalizan en sus juicios sobre la vida monacal.
No podemos sino sentir tristeza por quienes provocan tales juicios, pero Dios es tan misericordioso, que pude llamar a cualquiera al arrepentimiento. De cualquier manera, no nos atrevamos a elogiarnos a nosotros mismos, como si ya hubiéramos alcanzado una altura espiritual determinada; más bien, observemos nuestras propias debilidades y considerémonos menos que toda criatura, es decir, peores que los demás.
Los Padres de la antigüedad, aunque tenían una cohesión espiritual grande y santa, se consideraban a sí mismos como más pecadores que todos los demás. Así las cosas, el mundo suele ver los defectos de los monjes, pero no los suyos propios. Si conocieran sus propios pecados, no tendrían tiempo para juzgar a los demás. No te perturbes por todas estas cosas, sino arrepiéntete cuando vuelvas a casa, sin condenar a quienes has visto caer en el pecado de juzgar a sus semejantes.
(Traducido de: Sfântul Macarie de la Optina, Sfaturi pentru mireni, Editura Sophia, București, 2011, pp. 41-42)