Si el amor desaparece como virtud personal, el Evangelio se desnaturaliza
La experiencia histórica, confirmada en el Evangelio, viene a certificarnos que Cristo de Nazaret materializó históricamente el amor como una forma de liberación de la muerte: “¡Resucitó de entre los muertos!”.
Dios, Quien es infinito, y el hombre, finito y perecedero, pueden tener un modo común de existencia, libres frente al tiempo, el espacio, la corrupción, la muerte.
El modo común de liberación está comprendido en la palabra “amor”. Si el amor desaparece como virtud personal, como prioridad moral, como apogeo deseado del comportamiento, el Evangelio cristiano se desnaturaliza, se transforma en una ilusión histórica: no es sino una doctrina moral entre otras más, cubierta con el manto de lo divino para ser aceptada más fácilmente como principio clásico, para que sirva a las necesidades del que está sometido a la muerte de una vida efímera.
Si el amor no mejora las condiciones de una vida corruptible, quien lo pregona no es sino un hombre común, el fundador de una creencia, quizá un moralista oscilante o un diletante. Sin embargo, la experiencia histórica, confirmada en el Evangelio, viene a certificarnos que Cristo de Nazaret materializó históricamente el amor como una forma de liberación de la muerte: “¡Resucitó de entre los muertos!”. Sin artificios ideológicos, aparece la garantía de los testigos oculares: lo vieron muriendo como mártir, con una muerte atroz “en la Cruz”, y luego de tres días se lo encontraron en persona, palparon las marcas de Su martirio, le hablaron, caminaron con Él, comieron juntos. Nada de esto fue una simple ilusión. Era el Mismo que había muerto públicamente, pero ahora estaba vivo, en carne y hueso, entre Sus discípulos, tan llenos de temor y con una fe titubeante. La Resurrección confirmó que Jesús era el Hijo Encarnado de Dios.
(Traducido de: Arhimandritul Timotei Kilifis, Hristos, Mântuitorul nostru, Editura Egumenița, 2007, p. 213)