Palabras de espiritualidad

Si no hay amor en la familia, tampoco Dios vive en ella

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Debemos, en primer lugar, mantener el amor y el respeto de nuestros hijos. Si perdemos esos aspectos tan importantes, estaremos perdiendo también a nuestros hijos. Así, es recomendable ser indulgentes con ellos y perdonarlos, así como Cristo nos perdona a nosotros. El castigo no consigue sino alejarlos, dejando a los padres “hablando con las paredes”. Si no hay amor en la familia, entonces tampoco Dios estará allí.

Hay tantos libros sobre la educación, que pareciera que los padres fueran ya santos y todas sus acciones estuvieran, en consecuencia, santificadas. De hecho, los mismos padres caen incesantemente en pecado; tanto que, aún desde la edad más frágil, los niños son testigos de innumerables iniquidades cometidas a su alrededor. Entonces, ¿cómo puede castigar a un niño, quien no ha sido capaz de arrancar el pecado de su interior? ¿Acaso no tendría que escuchar al Señor, quien le dice, “antes sácate la viga del ojo”?

Así pues, la atención fundamental de los padres debe estár dirigida a su propio crecimiento espiritual, a su propia educación. El que no se ha educado a sí mismo, ¿cómo conseguirá formar a otro? (...)

Y, en esto, es importante recordar que no se puede forzar el cariño. Si el niño no ama a sus padres, en vano se esfuerzan éstos en darle libros y consejos, porque el pequeño evitará escucharlos Por eso, debemos, en primer lugar, mantener el amor y el respeto de nuestros hijos. Si perdemos esos aspectos tan importantes, estaremos perdiendo también a nuestros hijos. Así, es recomendable ser indulgentes con ellos y perdonarlos, así como Cristo nos perdona a nosotros.

Dios es amor. Si esto no se refleja en la familia, todo lo demás es inútil. Inútiles son los íconos, las candelas encendidas, los ayunos, las cruces, las lecturas espirituales, las oraciones, etc. Si no hay amor en la familia, Dios no está allí. Y el amor “no se enoja, no se envanece, no es interesado”, dice el Apóstol. ¿Pero en qué familia no existen esos pecados? Los niños lo perciben todo, incluso sienten cuando la gracia se va de la familia. Lo que queda, luego, es sólo una cáscara. Es solamente sal que ya no puede dar gusto.

Por eso, ¡gracias a Dios que tenemos la Confesión, a partir de la cual podemos comenzar de nuevo! Porque el primer paso es clamar a Dios y pedirle, con toda nuestra alma, que nos ayude a salir del abismo en que nos hallamos.

Con el niño debemos caminar al mismo paso: debemos penetrar en sus deseos y explicárselos, ayudarlo a entender los libros, los dibujos, la vida... Debemos también explicarle las consecuencias de sus actos, porque el pecado usualmente viene envuelto hermosamente, engañando fácilmente la inocente alma del niño.

Es mejor que el niño vea películas en casa que en cualquier otro sitio, sobre todo porque en casa siempre están los padres. Si al niño le prohibimos lo que desea, empezará a mentirnos... y un pecado atrae otros. El castigo no consigue sino alejarlos, dejando a los padres “hablando con las paredes”.

Los padres deben tomar en cuenta que el maligno se goza arrojando cizaña en el alma principiante, inmadura e influenciable. Por eso, los padres deben antes sembrar sólo cosas buenas en sus propias almas, interesándose por todo lo que le interesa también a los niños y ayudándolos a entender lo que es beneficioso y lo que es dañino.

En consecuencia, lo principal es el contacto con los niños y una conciencia limpia frente a Dios.

(Traducido de: Viaţa de familie, traducere din limba rusă de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, Bucureşti, 2009, pp. 97-99)