“Si Tú estás conmigo, ¿a quién temeré?”
También David oraba a Dios para que estuviera con él y en Él pudiera contemplar Su rostro.
"Cuando mis enemigos vuelvan, se debilitarán y se disiparán ante Ti”. Porque, en verdad, no hay nada que haga que nuestro enemigo, el demonio, se desvanezca, nada que destruya sus ataques contra nosotros, sino solamente Dios —Quien está presente en nosotros de forma manifiesta—, y Su rostro contemplado por nosotros, que nos ilumina con destellos divinos en una luz que no tiene forma.
Porque dice: “El Señor es mi luz y mi Salvador, ¿a quién temeré?”. “Aunque pase por quebradas oscuras, no temo ningún mal, porque tú estás conmigo”. También David oraba a Dios para que estuviera con él y en Él pudiera contemplar Su rostro, para poder alegrarse y vivir en seguridad: “No me rechaces lejos de Tu rostro, no retires de mí Tu Santo Espíritu; dame la alegría de Tu salvación y que el Espíritu generoso me mantenga firme”.
(Traducido de: Sfântul Calist Angelicoudes, Trei tratate isihaste, Editura Doxologia, Iași, 2012, p. 175)