Palabras de espiritualidad

Sobre el amor, el amor verdadero y la fe

    • Foto: Valentina Birgaoanu

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Translation and adaptation:

Primero obtén el amor, que es la verdadera forma de contemplación humana de la Santísima Trinidad”.

“El amor nace de la oración”, y la oración nace de la fe. Las virtudes son creadas de una misma sustancia y nacen una de la otra. El amor a Dios es un signo de que la nueva realidad, en la que el hombre es guiado por la fe y la oración, es más grande que lo que había antes. El amor a Dios y al hombre es el trabajo en la oración y la fe: un verdadero amor al prójimo es, de hecho, imposible sin fe y oración. Por medio de la fe, el hombre cambia las cosas: se mueve, así, del mundo limitado al que no tiene límites, allí en donde no vive más según las leyes de los sentidos, sino de acuerdo a las leyes de la oración y el amor. San Isaac enfatiza mucho la convicción alcanzada como fruto de sus experiencias ascéticas: el hecho de que el amor a Dios viene por medio de la oración y que “el amor es el fruto de la oración”. El amor se puede adquirir, desde Dios, por medio de la oración; en otras palabras, no es posible alcanzarlo sin la lucha de la oración. Debido a que el hombre llega al conocimiento de Dios por medio de la fe y la oración, se puede decir que “el amor brota del conocimiento. Por medio de la fe, el hombre renuncia a la ley del egoísmo; renuncia, además, a su alma pecadora. Aunque ama a su alma, detesta el pecado que hay en ella. Por medio de la oración, lucha para sustituir la ley del egoísmo con la ley de Dios, sus pasiones con las virtudes y la vida terrenal con la divina, para sanar su alma del pecado. Por eso, San Isaac dice que “el amor a Dios radica en la renuncia a sí misma del alma”. La impureza y la enfermedad del alma no son cosas naturales, no son algo que forme parte de su naturaleza creada, porque “la pureza y la salud son el reino del alma”. Un alma debilitada por las pasiones es un terreno fértil para el cultivo del odio, en tanto que “Dios es amor (1 Juan 4, 8). “Aquel que alcanza el amor, recibe en su interior a Dios Mismo”. Dios no tiene límites, y el amor es, de hecho, infinito y sin límites, de manera que “aquel que ama por y en Dios, ama todas las cosas de la misma manera y sin hacer diferencias”. San Isaac dice que si alguien tiene tales virtudes, es que ha llegado a la perfección. Como ejemplo de amor perfecto, San Isaac cita el deseo del santo anciano Agatón: “Encontrarte con un leproso y cambiar tu cuerpo con el suyo”. En el reino del amor, las antinomias de la mente desaparecen. El hombre que se esfuerza en las cosas del amor, conoce ya un adelanto de la armonía del Paraíso en su interior y en el mundo de Dios que le rodea, porque ha sido liberado del infierno del egoísmo y ha entrado en el Paraíso de los valores y plenitudes divinas. Veamos lo que dice San Isaac: “El Paraíso es el amor de Dios, en el cual se halla la dulzura de todas las bendiciones. El infierno es la ausencia del amor, y quienes lo sufren son golpeados por el látigo del amor”. Cuando una persona llega al pleno amor a Dios, ha alcanzado la perfección. En consecuencia, San Isaac recomienda: “Primero obtén el amor, que es la verdadera forma de contemplación humana de la Santísima Trinidad”. Librándose de las pasiones, el hombre se aparta poco a poco del egoísmo característico del humanismo. Se aleja de la esfera del antropocentrismo y entra en la de la Santísima Trinidad. Aquí recibe en su alma la paz divina, en donde las oposiciones y contradicciones que surgen de las categorías de tiempo y espacio pierden su fuerza moral, y en donde puede percibir con nitidez su victoria sobre el pecado y la muerte.

(Traducido de: Părintele Iustin Popovici, Credința Ortodoxă și viața în Hristos, Editura Egumenița, p. 61-62)