Sobre el amor a nuestros hijos y a nuestros alumnos
Nuestros confundidos hijos necesitan de nuestro amor, que es parte del amor de Cristo. Una sonrisa sincera, una mano tendida, una actitud moral… Todo esto conforma el amor del cual ellos tienen sed.
Nuestros hijos viven cada vez más confundidos. Y esa confusión no es algo precisamente reciente. De alguna forma, también nos ha marcado a nosotros, quienes no hemos envejecido lo suficiente como para no intentar hacer algo por ayudarlos. La confusión los entristece. También los vuelve insolentes e insufribles en sus relaciones sociales. Tenemos una escuela de niños cansados, que “enfrenta” una escuela y una sociedad cansadas. La religión parecía, en un momento dado, aquello que podría salvar a los niños, apartándolos de la monotonía de una robotización-intelectualización programada. Nuestros confundidos hijos necesitan de nuestro amor, que es parte del amor de Cristo. Una sonrisa sincera, una mano tendida, una actitud moral… Todo esto conforma el amor del cual ellos tienen sed.
La indiferencia de los padres engendra la de los hijos. Su mala preparación y su subcultura religiosa origina la de sus propios hijos. La prisa con la que imponen a sus hijos el rechazo a la religión demuestra un drama subyacente, una tragedia que todavía espera ser sanada. Nuestro amor, el de los maestros de religión, y nuestra apertura real nos ayudan a entrar en sus corazones, más allá de cualquier sistematización o esquema académico. Así es como los maestros de religión llegan al cielo. Amando a sus alumnos con más fuerza que cualquier intención de impresionarlos intelectualmente. Porque, ¿no es así? ¡El amor no muere nunca!
(Traducido de: Pr. Constantin Necula, Să ne merităm ortodoxia, Editura Oastea Domnului, Sibiu 2004, pp.149-151)