Sobre la receptividad del niño ante las cosas espirituales
Estos son los padres que ven a su hijo como una pequeña mascota: gracioso e insensible a las influencias espirituales; creen que, hasta los 2 o 3 años, la mente del niño no está preparada para asimilar las cosas del alma. Pero se trata de una idea equivocada, porque no sólo es contraria a la ciencia, sino también a la enseñanza cristiana.
Con respecto a la edad en que debe comenzar la educación de los niños, las opiniones son muy diversas. Algunos padres creen que el niño, desde que nace y por un largo período de tiempo, tan sólo necesita ser protegido del mundo exterior. Estos son los padres que ven a su hijo como una pequeña mascota: gracioso e insensible a las influencias espirituales; creen que, hasta los 2 o 3 años, la mente del niño no está preparada para asimilar las cosas del alma. Pero se trata de una idea equivocada, porque no sólo es contraria a la ciencia, sino también a la enseñanza cristiana. La psicología ha constatado que el niño es mucho más receptivo en sus primeros meses de vida.
De acuerdo a la definición ofrecida por un experto, el alma del niño se asemeja a una película cinematográfica (celuloide): es muy sensible y capaz de registrar todos los sentimientos. Ya desde la cuna, su alma comienza a acumular experiencia: permanece atento a los sonidos, a las imágenes, a la entonación de las voces que le rodean y al mismo estado espiritual de sus padres. A partir de todas estas experiencias y paralelamente al desarrollo de su mente, se forma —sin cesar— su subconsciente. Y todo lo que sucede a su alrededor se convierte en una parte de su personalidad. Es imposible que esas “impresiones” se borren. Fuera de esto, la psicología contemporánea ha concluido que esas experiencias del subconsciente, ya desde la edad más frágil, tienen un valor muy importante en el desarrollo ulterior del niño.
(Traducido de: Când şi cum începem să-i vorbim copilului despre Dumnezeu, traducere din limba rusă de Gheorghiţă Ciocoi, Editura de Suflet, Bucureşti, 2006, pp. 13-14)