Soy tuyo... ¡sálvame!
La marea golpea el acantilado, el viento trae ola tras ola... pero la roca sigue inmutable. Debes sufrir tentaciones, para poder llegar a ser un experimentado guerrero de Cristo.
Clama con tus labios, clama en tu corazón con fe, con todo tu ser. Clama como un mendigo ante las puertas del emperador: “¡Tuyo soy, sálvame!”. Clama como un hijo a su padre amoroso: “Aunque me haya extraviado, soy Tu hijo. Soy obra de Tus manos, aunque haya caído en la miseria. Aunque aún esté perdido, soy una oveja de Tu rebaño. Soy una estrella de Tu firmamento, aunque me haya oscurecido. Soy tuyo... ¡sálvame!”.
Hermano... ¡mis ojos se llenan de lágrimas y con trabajo puedo articular palabra alguna, cuando pienso en la felicidad y la bendición de ser siervos de Cristo! A Él lo verás después de morir y, en un regocijo y bendición inefables, caerás a Sus pies, clamando: “He sido Tuyo, y Tú me has salvado. ¡Gloria a Ti, Benefactor mío, por los siglos de los siglos!”. ¿Hay algún gozo más grande que este?
Sé que has caído presa de las aflicciones, que has sufrido muchas ofensas y que nadie ha venido a socorrerte. No te entristezcas. “Estad atentos y no os alarméis” (Mateo 24, 6). Y, de acuerdo a las palabras del Apóstol: “No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas” (I Corintios 10, 13).
La marea golpea el acantilado, el viento trae ola tras ola... pero la roca sigue inmutable. Debes sufrir tentaciones, para poder llegar a ser un experimentado guerrero de Cristo. Piensa en aquellos que rodean a cualquier soberano. Hay capitanes, magistrados, soldados... todos sirven al rey. Pero qué terrible sería que el soldado, el magistrado o el capitán, aún siendo posesores de ese título, investidura o uniforme, nunca hayan participado en una batalla, nunca hayan tomado parte de una guerra, nunca hayan participado en algún desfile militar, nunca se hayan expuesto al peligro, nunca hayan sufrido de hambre y sed, o nunca hayan oído los tambores anunciando un nuevo combate. Pero no es así. Cada uno ha tenido ocasión de demostrar su valor, cada uno ha sufrido heridas, cada uno ha luchado y se ha preparado, incluso, para ofrecer su vida por su soberano. Luego, muéstrate también tú valiente y digno de ese llamado. Mata tus pasiones con la espada espiritual, protege tu corazón con la armadura del amor por Cristo, defiende tu mente con el escudo de la fe y con el temor de Dios aparta las saetas de las tentaciones. ¡Que el amor a Dios esté siempre contigo!
(Traducido de: Cugetările unei inimi smerite – un document din secolul al XV-lea despre viața duhovnicească, Editura Egumenița, p. 26-27)