¡Todo lo puedo en Tu amor, Señor!
Cuando me uno a Ti en el amor, no hay ni cielo ni tierra, solo Tú, Dios. No hay ni “yo” ni “tú”, solamente Dios.
El amor me hace Dios, y Tú, Dios, te haces hombre. Ahí donde hay solo uno, no hay amor. Donde hay dos unidos, lo que hay es un simulacro de amor. Donde hay tres unidos, sí hay amor. Tu nombre es “amor”, porque Tu nombre es Trinidad en Unidad.
Si Tú hubieras sido un solitario, no habrías sido amor, sino odio. Si hubieras sido dos, habrías sido una alternancia entre amor y odio. Pero Tú eres una Trinidad, y, por eso, eres amor y en Ti no hay ni oscuridad ni alternancia. El amor no conoce ni tiempo ni espacio. Está afuera del tiempo y el espacio. Para el amor, un día es como mil años y mil años son como un día.
Cuando me uno a Ti en el amor, no hay ni cielo ni tierra, solo Tú, Dios. No hay ni “yo” ni “tú”, solamente Dios. El amor tiene tres hipóstasis: la pureza, la conciencia y la luz. Sin pureza, el amor no es afecto, sino egoísmo y pasión. Sin conciencia, el amor no es sabiduría, sino necedad. Sin luz, el amor no es fuerza, sino debilidad. Cuando la pasión, la necedad y la debilidad se entrelezan, se convierten en un infierno, lo que al maligno le gusta llamar “amor”.
(Traducido de: Sfântul Ierarh Nicolae Velimirovici, Rugăciuni pe malul lacului, Editura Anestis, 2006, pp. 71-72)