“¿De dónde viene con eso? ¿De dónde proviene Su sabiduría?”. Esto se preguntaban los nazarenos sobre el Señor, conociendo Su vida de antes, discreta y silenciosa.

Lo mismo ocurre con los verdaderos fieles de Cristo. Después de muchos sacrificios y después de enmendar todo lo malo que había en él, el cristiano que sigue fielmente el camino del Señor se transforma por completo, en todo su ser: su forma de caminar, lo que mira, lo que habla, lo que escucha, hasta su mismo aspecto… todo tiene el sello de una buena disposición interior y una dignidad especial, aunque su posición social y su educación no sean precisamente “óptimas”.

Por eso es que empezará a oír: “¿De dónde viene con esto?”. Y si las cosas físicas y visibles se transforman de esa manera, ¿qué podríamos decir de las cosas interiores y las del alma, que de forma directa son sometidas a la acción transformadora de la Gracia y ante las cuales lo exterior es solo un reflejo? ¡Qué claros y luminosos son los pensamientos de una persona así! ¡Qué atinados son sus juicios en relación con lo que existe y lo que ocurre! ¡Sus puntos de vista sobre cualquier cosa son mucho más elevados que los de los filósofos! ¿Y qué decir de sus decisiones, sus acciones, sus emprendimientos? Todo es iluminado, de una forma pura y santa, por un brillo celestial.

¡Se trata, en verdad, de un hombre nuevo! Puede que no haya asistido a la escuela, o que no haya frecuentado quién sabe qué academia, que siempre se mostrará gentil y juicioso. Ese hábito de examinarse a sí mismo, de esforzarse con el alma, de orar y acercarse a Dios, ha situado todo, con el don de Dios, sobre un cimiento completamente nuevo. ¿Cómo? Nadie lo sabe. Por eso es que se preguntan: “¿De dónde viene con eso?”.

(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Tâlcuiri din Sfânta Scriptură pentru fiecare zi din an, Editura Sophia, București, p. 158)