Palabras de espiritualidad

Un “examen de admisión” para la vida monacal

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

“¿Dime, hijo, ¿qué propósito tienes en esta vida?”. “Quiero ser monje”. Entonces, para probarme, el stárets dijo: “Aquí, hijo mío, la vida es dura y austera, y no creo que puedas hacerle frente”.

«Lleno de prejuicios provocados por la visión de la primera cueva», continuó su relato el stárets Caralampio Diionisiato, «casi no sentía el deseo de entrar ahí. Pero, una vez adentro, comprobé con asombro que se trataba de una celda completamente diferente. Aunque pequeña y angosta, estaba aseada y se veía que alguien cuidaba de que cada cosa estuviera en su lugar. Entonces, respiré aliviado y no pasó mucho tiempo hasta que la noticia de mi arribo llegó a oídos del anciano Arsenio, quien me recibió con gran regocijo. Después, volví a donde estaba el stárets, quien me preguntó:

—Dime, hijo, ¿qué propósito tienes en esta vida?

—Quiero ser monje.

Entonces, para probarme, el stárets dijo:

—Aquí, hijo mío, la vida es dura y austera, y no creo que puedas hacerle frente.

—Quiero intentarlo, padre.

—¡Ah! ¿Quieres intentarlo? Entonces, hagamos hoy tu primera prueba.

E inmediatamente llamó al anciano Arsenio, a quien dijo:

—Arsenio, tu ahijado dice que quiere hacerse monje. Hagan juntos tres mil postraciones y al terminar vengan a buscarme a mi celda.

Entonces, el anciano Arsenio, sin preguntar nada, exclamó:

—¡Con la bendición de Dios!

Ambos comenzamos a hacer las postraciones, pero, como era de esperarse, el padre Arsenio terminó primero. A mí me quedaban todavía unas cincuenta postraciones, pero la verdad es que el terreno donde estaba el padre Arsenio era un poco inclinado, en tanto que, en donde estaba yo, el suelo era completamente plano. Cuando terminé, corrí a buscarlos a la celda del stárets.

—¡Eh, Caralampio! ¿Cómo ves las cosas? ¿Serás capaz de resistir?

—No me pareció difícil, padre. Lo que no sé es qué vendrá más adelante.

—Luego, ¿quieres intentarlo?

—Sí, padre. Para eso vine aquí. Solo que había pensado ir a otra parte y después volver aquí, definitivamente.

—¿A dónde quieres ir?

—Quiero ir a Egina para visitar a mi tía Eupraxia, hermana del padre Arsenio, quien también es monja. Quiero pedirle su bendición.

—Escucha, hijo: si quieres quedarte aquí para hacerte monje, tienes que olvidarte de tu tía. Pero si, con todo, quieres ir a verla, nadie te lo impide. Eso sí, no puedes volver a este monasterio.

—Pero, padre… aquí es donde mi alma siente paz. Aquí es donde quiero hacerme monje.

—Si quieres hacerte monje aquí, quédate. Eres bienvenido. Sin embargo, si te vas, la puerta se te cerrará para siempre.

—Padre, yo vine aquí con unos planes ya establecidos…

—¿Planes? ¿Un monje con planes? ¿En dónde has visto un monacato con libre albedrío y planes?».

Estuvieron discutiendo durante un buen rato, pero el stárets José no daba su brazo a torcer. Y es que el carismático stárets, habiendo visto el fervor actual y el progreso venidero, no quería soltar a su “presa”. Finalmente, Caralampio terminó cediendo y pronunciando el esperado “sí”.

(Traducido de: Monahul Iosif Dionisiatul, Starețul Haralambie – Dascălul rugăciunii minții, traducere și editare de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, Editura Evanghelismos, București, 2005, pp. 47-49)