Palabras de espiritualidad

Un mundo que se aparta de Dios...

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Las iglesias están vacías, mientras que los lugares del demonio están atiborrados. Las personas han renunciado a tener un padre espiritual y, en cambio, han ido a llenar los hospitales psiquiátricos...”

¡Entra a mi celda para darme tu bendición!, me pidió el anciano.

¿Bendecir yo la celda de uno que está bendito?”, me dije. “¡El impuro santificando al puro...!”.

Entré despacito, con cuidado. A la celda de un asceta se entra con estremecimiento, como si estuvieras accediendo a un lugar místico. Ciertamente, el lugar parecía descuidado, hasta sucio. Pero es que estas son cosas sin importancia para un “atleta de Cristo”. ¿Cómo encontrar tiempo para semejantes nimiedades? Me invitó a sentarme y me trajo un poco de agua y caremelos de gelatina, como señal de aprecio. En verdad, en aquel solitario retiro era posible sentir —en toda su dimensión— cualquier manifestación de amor puro y sincero. ¡El corazón entero del monje se hallaba en aquella pequeña bandeja con un vaso de agua y unos dulces! ¡Me estaba dando todo lo que tenía!

¿Vienes del mundo?

Sí.

¿Cómo están las cosas allí?

Es la pregunta común que escuchas en Athos. Esta vez, sin embargo, con una importancia especial, porque quien preguntaba era alguien que cincuenta y cinco años atrás había renunciado definitivamente a un mundo que ya veía dirigirse a su propia destrucción. El asceta sabe bien qué significa el “mundo”. Es la creación de Dios, pero devenida también en una trampa del maligno. ¿Acaso no engañó el demonio a Adán, utilizando la obra de Sus manos? ¿Cuántos de nosotros no sufrimos lo mismo?

El mundo, Padre, se ha alejado de Dios. No se acuerda más de Él, ha dejado de vivir según Sus mandamientos. Las iglesias están vacías, mientras que los lugares del demonio están atiborrados. Las personas han renunciado a tener un padre espiritual y, en cambio, han ido a llenar los hospitales psiquiátricos. La mayoría se sienten insatisfechos con sus empleos, de los cuales no obtienen más que ansiedad... Además, viven agobiados por un sinfín de preocupaciones terrenales. Hoy tenemos elecciones, mañana el gobierno es derrocado, pasado mañana las calles se llenan de manifestaciones... La gente cree a pie juntillas lo que dicen los diarios, y es indiferente ante lo que dice la Biblia. Pasan horas enteras viendo películas inspiradas por el maligno, que les adormecen, y no les interesa leer las vidas de los santos...

El anciano se quedó callado, meditando. Luego de unos instantes, dijo con un suspiro:

¡Oh, desventurado mundo! El demonio es quien lo conduce. Cada día les ofrece cosas y sucesos a las personas, con tal de alejar a Cristo de sus mentes. Les hace evitar dirigir la mirada a su propio estado interior, indiferentes ante su estado espiritual. Hace que cada uno esté más interesado en la vida del otro, que en la suya propia. Esta es la huida de Dios y el temor del cual hablaste antes. Adán pecó, se escondió, huyó de Dios... y después vinieron todos los sufrimientos. Lo mismo hacen las personas de hoy. Oro fervientemente por la salvación del mundo entero: “¡Señor Jesucristo, apiádate de mí y de tu mundo!”. Toda la noche oro para que Dios le muestre Su piedad al mundo. Tal es nuestra obligación en estos tiempos tan oscuros. ¡Sin embargo, parece que estamos llamados a ser mártires!

(Traducido de: Mitropolitul Ierothei Vlahos, O noapte în pustia Sfântului Munte  Convorbire cu un pustnic despre Rugăciunea lui Iisus, traducere de Călin Cosma, Maxim Monahul și Radu Hagiu, Editura Predania, București, 2011, pp. 44-45)