Un obsequio para el huésped más amado
Precisamente en esto se conoce el inmenso amor de Dios, porque, después de todo esto, le otorgó al hombre —a quien le hubiera bastado con todos los dones visibles e invisibles que se le confiaron— hasta Su propia imagen y semejanza.
San Gregorio de Nisa compara la venida del hombre al mundo con la de un invitado muy amado y muy esperado. Cuando Dios quiso traer el hombre al mundo, le preparó el universo entero cual hermoso palacio: el cielo, las estrellas, las aguas de los mares —aún más bellas de como las conocemos hoy—, las coloridas flores, los distintos aromas, las aves, las mariposas... ¿Qué no hizo Dios?
Todo esto lo preparó para el hombre y se lo concedió, invitándole a venir al mundo. Verdaderamente, Dios trajo al hombre a este universo tan maravilloso, especialmente creado y construido de la nada solamente para él, como si se tratara del hijo de un rey. Precisamente en esto se conoce el inmenso amor de Dios, porque, después de todo esto, le otorgó al hombre —a quien le hubiera bastado con todos los dones visibles e invisibles que se le confiaron— hasta Su propia imagen y semejanza. Y le otorgó el poder de amar, de contemplar la eternidad y lo bello, la luz no-creada y la libertad de seguir su pensamiento, cualquiera que este fuese. Le concedió la potestad de elegir...
(Traducido de: Savatie Baștovoi, A iubi înseamnă a ierta, Editura Cathisma, 2006, p. 38)