Una aparición reciente de la Santísima Madre de Dios en el Monasterio Vatopedi
Vio que en la silla que hasta entonces había estado desocupada, había una monja sentada. Esta se inclinó hacia él y le dijo suavemente: “Espera... Todo va a estar bien, en un momento te irás a confesar. No te preocupes, por favor, sólo espera un poco”.
El señor Panagiotis decidió visitar el Monte Athos, en donde fue recibido con hospitalidad por los monjes del Santo Monasterio Vatopedi. Era el 26 de octubre de 2014. Al llegar, les pidió a los monjes que le recomendaran con quién confesarse, porque lo necesitaba urgentemente. A pesar de su premura, los monjes le rogaron que esperara hasta la mañana siguiente, la del lunes, para poder confesarse.
El 27 de octubre de 2014, a las 4 de la mañana, justo cuando empezaban los Maitines, el señor Panagiotis se dirigió a la iglesia del monasterio y, después de venerar los íconos, se sentó en una de las sillas de madera que hay en la mayoría de iglesias ortodoxas junto a las paredes. A su izquierda vio que había otra persona, sumida en la oración, en tanto que la silla de la derecha estaba vacía.
Esperó pacientemente, pero el tiempo pasaba y el monje que le había ofrecido recomendarle un padre espiritual no aparecía por ningún lado. Cuando eran casi las 4:20, se volvió a su derecha y vio que en la silla que hasta entonces había estado desocupada, había una monja sentada. Esta se inclinó hacia él y le dijo suavemente: “Espera... Todo va a estar bien, en un momento te irás a confesar. No te preocupes, por favor, sólo espera un poco”. Aunque su primera reacción fue de sorpresa, se tranquilizó pensando que probablemente los monasterios más grandes tienen alguna monja para ayudar en la iglesia.
Los minutos pasaban y pasaban... Impaciente, nuestro hombre pensó que lo mejor era salir a buscar él mismo con quién confesarse. Cuando eran casi las cinco de la mañana, se levantó. Dio un paso y vio que la monja venía hacia él. Esta, poniéndole las manos sobre los hombres, lo empujó con delicadeza para que se sentara, al tiempo que le decía: “Te pedí que tuvieras paciencia y esperaras un poco. Ahora están por terminarse los seis Salmos, y un monje vendrá a llamarte para llevarte con un confesor”.
Ciertamente, un par de minutos más tarde, un monje entró en la iglesia y le pidió que lo siguiera. El señor Panagiotis no quiso contarle nada, para no parecer extraño.
Llegaron a la celda del sacerdote y, después de conversar un poco con él, el señor Panagiotis dijo:
—¡A Dios gracias, la monja que ayuda en la iglesia me animó a ser paciente, así que esperé hasta que usted me mandó a llamar!
—¿Qué monja, hijo? No hay monjas aquí... ¡Estamos en el Santo Monte, y las mujeres no tienen permitido entrar, ni siquiera las monjas!
—¿Cómo? ¡Pero si hablé dos veces con ella en la iglesia!
—¡Creo que estuviste hablando con nuestra Santísima Madre y no te diste cuenta, hijo mío!
El padre le pidió que le describiera la monja, y el señor Panagiotis respondió:
—Era alta, parecía de unos treinta o treinta y cinco años, y tenía un rostro muy bello...