Una forma segura de protegernos del mal
Si dentro de nosotros habitan la bondad y el amor, olvidamos el mal que otros nos han hecho. En esto está el secreto. Cuando el mal viene de lejos, no podemos evitarlo. Aunque la mejor estrategia es despreciarlo. Con la gracia de Dios, aunque veamos el mal, no nos influenciará, porque estaremos ya llenos de esa gracia.
Asumamos la maldad del otro como una enfermedad que le atormenta y le hace sufrir, porque no puede librarse de ella.
Para esto, miremos a nuestros hermanos con buena fe y portémonos con nobleza, diciendo dentro nuestro, con toda simpleza, “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de nosotros”, para que nuestra alma se fortalezca por medio de la gracia divina y, así, no juzguemos a nadie. Consideremos santos a todos. Todos llevamos dentro al mismo hombre viejo. Nuestro semejante, quienquiera que sea, es “carne de nuestra carne”, es nuestro hermano y “No tengan deuda alguna con nadie, fuera del amor mutuo que se deben, pues el que ama a su prójimo ya ha cumplido con la Ley”, de acuerdo al Apóstol Pablo (Romanos 13, 8). No podemos juzgar nunca a nadie, porque “nadie aborrece su cuerpo” (Efesios 5, 29).
Cuando alguien tenga algún vicio, esforcémonos en enviarle destellos de amor y de piedad, para que sane y pueda liberarse. Esto se consigue sólo por medio de la gracia de Dios. Pensemos que esa persona sufre más que nosotros. En comunidad, cuando alguien se equivoca, no le digamos que ha errado. Más bien sigamos antentos, con respeto y oración. Esforcémonos en no hacer mal. Cuando nos oponemos a que se hable mal de nuestro hermano, estamos realizando una forma de martirio. ¡Hagámoslo, pues, con alegría!
El cristiano es noble. Por eso, prefiramos ser los que sufren la injusticia. Si dentro de nosotros habitan la bondad y el amor, olvidamos el mal que otros nos han hecho. En esto está el secreto. Cuando el mal viene de lejos, no podemos evitarlo. Aunque la mejor estrategia es despreciarlo. Con la gracia de Dios, aunque veamos el mal, no nos influenciará, porque estaremos ya llenos de esa gracia.
(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, pp. 306-307)