Una ley de oro del cristianismo
Les he hablado con insistencia sobre esta ley de oro del cristianismo, no con el temor de que me reprochen lo mismo que los fieles a aquel párroco, sino con la esperanza de que sabrán ponerla en práctica.
En cierta ocasión, un grupo de feligreses fue a buscar al Arzobispo, para quejarse del párroco que les habían asignado. El prelado los recibió, y esto fue lo que hablaron:
—Su Alta Eminencia, hemos venido a pedirle que nos cambie de párroco.
—¿Por qué?
—Porque el padre nos repite siempre la misma homilía.
—¿Y qué les dice?
—No sabemos bien qué es lo que dice… pero siempre es lo mismo.
—Bien, vuelvan a casa. Voy a ordenarle a ese sacerdote que les siga repitiendo la misma homilía, hasta que ustedes sean capaces de explicármela a mí, y pongan en práctica lo que él ha estado tratando de decirles.
Lo mismo hago yo, repitiéndoles esta ley de oro del cristianismo, no con el temor de que me reprochen lo mismo que los fieles a aquel párroco, sino con la esperanza de que sabrán ponerla en práctica. Hagan a los demás lo que quieren que ellos les hagan a ustedes.
(Traducido de: Mitropolitul Antonie Plămădeală, Tâlcuiri noi la texte vechi, Editura Sophia, București, 2011, p. 346)