Una palabra que puede dar vida
‟Ahora, ya que muchos piden consejo sin hacer lo que se les recomienda, Dios ha apartado Su palabra de los ancianos. Y estos se han quedado sin nada qué decir, porque tampoco hay quién lo ponga en práctica”.
Debido a que los Santos Padres llevaban una vida santa, como verdaderas herramientas del Espíritu Santo, entonaban los “clarines místicos” de la Santísima Trinidad, del Amor, de la Palabra y de la Sabiduría cada vez que hablaban. Sus mismos actos hablaban por ellos. Y, al ser preguntados, también pronunciaban excelsas palabras.
En el Paterikón encontramos con mucha frecuencia la siguiente petición: “Padre, dígame una palabra que me ayude a salvarme”. Una “palabra”, un consejo pronunciado desde el alma de un asceta, como si viniera del Espíritu santo, en el lenguaje del desierto, es considerado algo revelador y cierto, y aquel que la pide la recibe como a un fruto de la Gracia, sin explicárselo en su mente. La “palabra” de un monje virtuoso es algo muy necesario para quien se la pide. Esa “palabra” viene de un alma que es amiga de Dios, de un alma herida por Su amor, siendo pronunciada según la medida de la “sed” de quien la pide. Tal como la Santísima Madre de Dios concibió a la Palabra de Dios y dio a luz a Cristo Dios y Hombre, haciéndose “la alegría de toda la creación”, del mismo modo los padres espirituales, debido a su pureza, siempre han concebido la palabra y se las han transmitido a quienes están sedientos de ella, haciéndose, así, causa de gran júbilo.
Un grupo de monjes fue a buscar al abbá Filico, acompañados de algunos laicos, y le pidieron que les dijera algo de provecho espiritual. Pero el anciano prefirió guardar silencio. Sin embargo, como los otros empezaron a suplicarle que hablara, dijo: “¿Quieren escuchar una palabra?”. “Sí, padre”. El anciano dijo: “La palabra se ha ido. Cuando los más jóvenes pedían consejo a los ancianos y hacían lo que estos les prescribían, Dios proveía a los ascetas del don de la palabra. Pero ahora, ya que muchos piden consejo sin hacer lo que se les recomienda, Dios ha apartado Su palabra de los ancianos. Y estos se han quedado sin nada qué decir, porque tampoco hay quién lo ponga en práctica”. Al escuchar esto, los monjes suspiraron y dijeron: “¡Ore por nosotros, padre!”.
Con este ejemplo se nos demuestra que la sabiduría es fruto de la Gracia. La Gracia atavía a los hombres puros y santos, y “encarna” sus palabas. Está claro, entonces, que la altura de la palabra es proporcional a la sed del que la pide, y que los monjes saben cómo “amansar” a los corazones más duros, para que vuelvan a Dios, aun valiéndose de algún discreto reproche.
Así las cosas, si les preguntas con sencillez, humildad y un auténtico deseo de obedecer, escucharás el susurro de la Gracia. Son palabras simples, modestas, pero llenas de sabiduría y don; son palabras llenas del Espíritu.
(Traducido de: Mitropolitul Ierothei Vlahos, O noapte în pustia Sfântului Munte – Convorbire cu un pustnic despre Rugăciunea lui Iisus, traducere de Călin Cosma, Maxim Monahul și Radu Hagiu, Editura Predania, București, 2011, pp. 28-29)