Palabras de espiritualidad

Una sociedad que ha renunciado a la humildad y la oración…

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Nuestra sociedad sufre de una gran falta de oración, y por eso se halla sumergida en una constante ilusión y un fuerte amor al dinero y los placeres, olvidando por completo lo que significa la humildad.

Que este inicio del Ayuno de la Natividad represente para todos nosotros una ocasión de renovación espiritual, para recobrar la mansedumbre, que es santa, y para volver a amar lo bello, la libertad, la alegría, para amar los ojos llenos de una hermosa generosidad, y no los ojos nublados por el pecado y demás maldades.

En estos días hemos escuchado la “Parábola del buen samaritano”, que es una de las más bellas y profundas de todo el Evangelio. ¿Qué nos enseña esta parábola? Que, sin importar quién seas, debes saber compadecerte del que sufre. Que debes asistir al necesitado, material o espiritualmente. Que debes estar dispuesto a curarle sus heridas y preocuparte por él. Pero sin dejarlo allí, en algún lugar, y olvidarlo al día siguiente. “Cuando regrese, te pagaré”, le dice el buen samaritano a aquel a quien encomendó el cuidado del herido que encontró en el camino. En esto consiste asistir y atender a nuestro prójimo, en no olvidarlo. No se trata de darle algo, en el lugar donde te lo encuentras, y después olvidarlo, repitiéndote a ti mismo: “He hecho por él lo que he podido”.

¿Soy paz, luz y alegría para quienes me rodean?

Hagamos permanentemente lo que esté a nuestro alcance hacer, porque, si nos esforzamos en esto, la oración y nuestra presencia en la iglesia nos reunirán a todos. Y oraremos los unos por los otros, cada vez con mayor intensidad y con más y mejores frutos. Porque, finalmente, nuestra sociedad sufre de una gran falta de oración, y por eso se halla sumergida en una constante ilusión y un fuerte amor al dinero y los placeres, olvidando por completo lo que significa la humildad. Sí, nuestra sociedad se ha olvidado de orar.

¡Tratemos de mantener la paz de Cristo en nuestro interior! Porque, al fin y al cabo, todo lo que hacemos y decimos no tiene otro propósito que este, y esta es la razón de todo nuestro afán: agradar a Dios. Y si agrado a Dios y le ofrezco ese descanso, también yo descanso en Él y le doy paz y descanso a mis semejantes. Así es como me transformo en motivo de paz, gozo y luz para mi prójimo. ¡Que nuestro Buen Dios nos ayude a entender y realizar todo esto!