Una vida correcta nos hace verdaderamente libres
Gracias a mi férrea voluntad, he podido forzarme a vivir de la forma debida. Por eso es que nunca le he temido a nadie ni a nada, a excepción de Dios. Así fue como entendí que solamente el que vive con rectitud puede decir de sí mismo que es libre, porque, efectivamente, lo es.
A lo largo de mi vida monacal, siempre he preferido vestirme con pulcritud. Me gusta estar limpio, tanto espiritualmente como físicamente. La mayor parte de mi vida la he pasado entre los demás, como stárets. Entonces, ¿cómo podría presentarme ante ellos con un aspecto inadecuado? Cuando siento que quiero orar, lo primero que hago es asearme a mí mismo y también el lugar donde duermo, donde vivo. Solamente después, comienzo a elevar mis oraciones a Dios.
El dinero nunca me ha importado. Siempre lo he visto como al polvo, pero tampoco he logrado apartarme totalmente de él. He repartido mi pensión entre quienes tienen una necesidad más grande de dinero. Las personas que vienen me dan dinero, aunque yo no se los pida. Algunos creen que soy pobre, otros me piden que ore a Dios por sus difuntos o por la salud de sus seres queridos. Si no hago lo que esperan de mí, me introducen a la fuerza unos billetes en el bolsillo del hábito. Siempre sucede lo mismo: cuando no quieres algo, justamente viene alguien y te lo obsequia.
Siempre fui una persona un poco intempestiva. Y esto es algo que logré superar, solamente después de muchos años y de muchas confrontaciones con los demás, cuyas consecuencias tuvimos que sufrir ellos y yo. Por tozudo, muchas veces hice lo que me dictaban mi mente y mi voluntad, y esta actitud me llevó a cometer un sinnúmero de errores, pero lo que me salvó siempre fue el hecho de cumplir con los mandamientos divinos. Gracias a mi férrea voluntad, he podido forzarme a vivir de la forma debida. Por eso es que nunca le he temido a nadie ni a nada, a excepción de Dios. Así fue como entendí que solamente el que vive con rectitud puede decir de sí mismo que es libre, porque, efectivamente, lo es.
(Traducido de: Milivoie Iovanovici, Kalist monahul – ucenic al Sfântului Nicolae Velimirovici, Editura Predania, București, 2011, pp. 212-213)