Palabras de espiritualidad

Uno de los mejores medicamentos para el alma

    • Foto: Oana Nechifor

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Los elegidos por Dios no le temen a nada en este mundo, sino solamente a la vanagloria, que surge cuando nos olvidamos de nuestra propia muerte y cuando se aleja de nosotros el don de Dios.

Al ser proclamado Patriarca de Alejandría, el Santo Jerarca Juan el Misericordioso ordenó inmediatamente que se le hiciera un mausoleo, pero que quedase sin terminar. Además, dispuso que en cada festividad religiosa, cuando tenía que portar las luminosas vestimentas correspondientes a su cargo, viniera un sirviente a recordarle que aquella tumba aún no estaba terminada y a preguntarle cuándo había que finalizar los trabajos. Y esto ocurría aún cuando el santo oficiaba la Liturgia, delante de toda la congregación de fieles. ¿Cuál era el propósito de esto? San Juan lo hacía para que, recordando el momento de su muerte, la honra que recibía por parte de los demás o lo refulgente de sus propios atuendos no se convirtieran en motivo de vanidad para él. Y es que los elegidos por Dios no le temen a nada en este mundo, sino solamente a la vanagloria, que surge cuando nos olvidamos de nuestra propia muerte y cuando se aleja de nosotros el don de Dios.

(Traducido de: Sfântul Ioan Iacob Hozevitul - Opere complete, Editura Doxologia, Iași, 2013)

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