Velar para no pecar
El Señor nos ordenó velar sin cesar, practicando las virtudes y protegiéndonos del pecado con la Palabra de Dios, la oración, la fe y la humildad.
Nuestra propia mente suele tendernos trampas. No es extraño que, con más frecuencia de lo esperado, se desvíe del camino, arrastrando con ella nuestra vida entera. También nuestro corazón nos pone trampas, cuando elige satisfacer sus propios impulsos, lejos del cumplimiento de la voluntad de Dios. El pecado también nos pone trampas, tanto el pecado latente en nosotros desde la caída, como el pecado que actúa sobre nosotros desde todas las influencias que nos rodean. El mismo mundo nos tiende trampas, porque representa la banalidad y lo perecedero, y se esmera en hacernos servirle, valiéndose, para esto, tanto de la lisonja como del azote. Nuestros enemigos también nos ponen trampas. Me refiero a los espíritus impuros. También lo hacen quienes viven sometidos a esos espíritus. Y también ocurre que nuestros propios amigos pueden tendernos trampas, voluntaria o involuntariamente.
El Señor nos ordenó velar sin cesar, practicando las virtudes y protegiéndonos del pecado con la Palabra de Dios, la oración, la fe y la humildad.
(Traducido de: Sfântul Ignatie Briancianinov, Cuvinte către cei care vor să se mântuiască, Traducere de Adrian si Xenia Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, București, 2000, p. 40)