¡Ven, Señor, que te busco!
Escribo sobre el amor de Dios, pero yo mismo lo amo muy poco, por eso me entristezco como Adán al ser echado del Paraíso.
¡Ay de mí! Escribo sobre el amor de Dios, pero yo mismo lo amo muy poco, por eso me entristezco como Adán al ser echado del Paraíso, suspirando y clamando: “¡Señor, apiádate de mí, un pecador, porque soy una criatura Tuya!”.
¿Cuántas veces no me has dado Tu Gracia, y yo no la he sabido conservar, debido a la vanidad de mi alma? Pero mi alma te conoce a Ti, mi Dios y mi Creador, por eso te busco suspirando, como suspiraba José por su padre Jacob, en la tumba de su madre, cuando fue hecho esclavo en Egipto.
“Te he entristecido con mis pecados y Tú me has dejado, por eso mi alma suspira por Ti”.
“Oh, Espíritu Santo, no me dejes. Cuando te vas de mí, los malos pensamientos me acechan y mi alma empieza a llamarte entre lágrimas”.
“Santísima Señora, Madre de Dios, tú conoces mi tristeza. Ofendí a mi Señor y Él se alejó de mí. Por eso, te suplico: Ampárame, porque soy una pecadora criatura de Dios, y protégeme, que soy siervo tuyo”.
(Traducido de: Sfântul Siluan Athonitul, Între iadul deznădejdii și iadul smereniei, Editura Deisis, p. 132-133)