Viendo a Cristo y a nuestro hermano con el corazón
No practiquemos la caridad delante de los demás, para que nadie nos vea y no perdamos nuestra recompensa.
Hermano, dirige tu mirada humildemente a Cristo. Aprende, también, la palabra apostólica que dice: “… y toda altanería que se levante contra el conocimiento de Dios, de someter todo entendimiento a la voluntad de Cristo, y dispuestos a castigar cualquier desobediencia, una vez que vuestra obediencia sea perfecta”. (II Corintios 10, 5-6). Porque esto es lo que nos enseña el Hijo de Dios, diciendo: “Y el que de vosotros quiera ser el primero, que sea el servidor de todos; de la misma manera que el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar Su vida por la liberación de todos” (Mateo 20, 27).
Pero tú, que no cumples nada de eso y aún no has recibido la recompensa del llamado de lo alto, te exaltas con el corazón y te envaneces con aquello que aún no es tuyo. Y, aunque los hubieras recibido ya, ¿para qué quieres agradar a los demás, hablando simples banalidades? “Yo ayuno y les doy de comer a los pobres, me he apartado de las mujeres y he renunciado a todas las cosas del mundo”. Y te endulzas en tu vanidad, olvidando las palabras del Apóstol: “¿A quién busco agradar, a los hombres o a Dios? Si tratara de agradar a los hombres, no agradaría a Dios” (Gálatas 1, 10). ¿A quién eliges agradar? ¿A los hombres, que hoy existen y mañana ya no están, buscando la honra que es pasajera, o a Dios, Quien es eterno? Él, viendo lo que hay en lo profundo de nuestro corazón, da en abundancia las bondades de la gloria verdadera a esos que le son agradables en Cristo y que cumplen con la enseñanza evangélica, que dice. “Que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha” (Mateo 6, 3). Por eso, no practiquemos la caridad delante de los demás, para que nadie nos vea y no perdamos nuestra recompensa. Lo que hagamos a escondidas no quedará oculto para el inefable Padre, porque Él nos retribuirá nuestras buenas acciones, según nuestros merecimientos, de forma visible.
(Traducido de: Sfântul Simeon Stâlpnicul din Muntele Minunat, Cuvinte ascetice, Editura Doxologia, 2013, pp. 127-128)