¡Vuelvan a leer el Evangelio!
Cuando leemos el Evangelio y cuando el rostro de Cristo se nos impone en Su majestad, cuando oramos y cuando nos damos cuenta de la grandeza, de la santidad de Dios, no podemos evitar exclamar, “¡No soy digno de que te acerques a mí!”. Dejo a un lado los numerosos casos en los que deberíamos observar que Dios no puede venir a nosotros porque no estamos en casa para recibirlo.
Vuelvan a leer el Evangelio. Hombres más grandes que nosotros dudaron en recibir a Cristo. Recuérdense de aquel soldado que le pidió a Cristo que sanara a su siervo, respondiéndole Jesús, “¡Iré!”. Pero el soldado, sorprendentemente, replicó a las palabras del Señor, “¡No! Una palabra tuya bastará para que mi siervo sane”. ¿Hacemos nosotros lo mismo? Nos dirigimos a Dios, para decirle, “¡No te muestres ante mí en forma visible! Una sola palabra tuya bastará para escucharte. De momento no pido nada más”. Veamos a Pedro en su barca. Cómo, después de aquella pesca milagrosa, cayendo de rodillas, exclamó, “¡Aléjate de mí, Señor, porque soy pecador!”. Lleno de un sentimiento de humildad, le pide a Cristo que se aleje y se siente humilde porque en aquel momento descubrió la grandeza del Señor. ¿Acaso alguna vez nos ha sucedido lo mismo?
Cuando leemos el Evanglio y cuando el rostro de Cristo se nos impone en toda Su majestad, cuando oramos y cuando nos damos cuenta de la grandeza, de la santidad de Dios, ¿acaso sucede que nos digamos, “¡No soy digno de que te acerques a mí!”? Dejo a un lado los numerosos casos en los que deberíamos observar que Dios no puede venir a nosotros porque no estamos en casa para recibirlo. ¡Esperamos algo de Él, no lo esperamos a Él! ¿Se trata esto de una relación? Y si fuera así, ¿acaso nos comportamos de la misma manera con nuestros amigos? ¿Acaso buscamos lo que nos ofrece esa amistad, o buscamos al amigo querido que nos la ofrece? ¿Nos estamos comportando así con el Señor?
(Traducido de: Antonie Mitropolit de Suroj, Şcoala Rugăciunii, Sfânta Mănăstire Polovragi, 1994, p. 22)