Palabras de espiritualidad

Ayunando en un puesto de comida rápida

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

Atento a lo que hay en cada mesa, veo por todas partes simple comida “de ayuno”. ¡Qué cosa tan extraordinaria! Una imagen completamente ajena a nuestra época, tan llena de materialismo, consumismo y un ateísmo absoluto.

Es un miércoles por la noche. No es muy tarde que digamos. Luego de una larga conversación sobre temas profesionales, mi amigo y compañero tiene una idea:

—¿Y si vamos a comer algo aquí cerca?

—¿En dónde, amigo? ¿Qué podemos comer?

Sabía que también él ayuna.

—¡Tranquilo, conozco un lugar donde sirven comida “de ayuno”! —me responde sonriente.

Caminamos unos minutos y entramos a un pequeño restaurante de comida rápida. Mi amigo, que parece conocer bien el lugar, ordena una porción de una deliciosa comida “de ayuno”, es decir, sin nada animal. Yo, más recatado, pido que me sirvan sólo un plato de patatas fritas. Se toman su tiempo para prepararlo. Mientras yo me quedo en la cola, mi amigo va y elige una mesa en el fondo del lugar.

—¿Tiene algo “de ayuno? —una voz me saca de mis piadosos pensamientos. Me volteo y me quedo asombrado... Esperaba ver un sacerdote que hubiera entrado, por casualidad, al mismo restaurante que nosotros. No. Es una chica que viene acompañada de su novio.

Examino con atención a la joven pareja. No parecen venir de una escuela de catequesis ni de algún liceo teológico. Encojo los hombros y pienso: “Puede ocurrir. Entre tanta gente, ¿es imposible que también haya jóvenes que ayunen?”, y trato de calmar esos pensamientos que amenazaban con derribar mis estereotipos entre “buenos cristianos” e “infieles”.

Entre tanto, otros dos platos vacíos reciben sendas porciones de comida. Yo sigo en la fila y espero pacientemente lo que ordenamos. Echo una mirada a lo que se sirve en esos dos platos: ensalada. “Bien, bien. ¿Estoy equivocado, o realmente les sirvieron más rápido a la chica y su novio?”, me lamento. Sin embargo, veo que quien recibe ufano esos dos platos es otro chico.

¿Será posible...?”, me pregunto, “¿otro joven que ayuna, en este mismo restaurante?”, mientras lo miro no sin cierta ironía, no por la comida que lleva en sus platos, sino porque ya no soy el único en el lugar con ese “título de piedad”. Más gente se acerca a ordenar. Con cierto alivio observo que lo que piden son albóndigas y emparedados con carne, lo cual demuestra que los casos anteriores no eran sino una rara excepción. Desafortunadamente, mi alegría dura poco. En cuestión de minutos escucho cómo vienen más órdenes de ensalada, patatas... A mi derecha, un chico con pendientes y lleno de tatuajes ordena un plato de patatas simples. ¡Después viene una chica y pregunta si la “Ensalada César” es “de ayuno”!

¿Y si en verdad vienen de una escuela de catequesis?”, me consuelo sonriendo, pero esta vez no con malicia, sino con satisfacción. Y es que no me parecía concecible que en un puesto de comida rápida del centro de la ciudad se recibieran tantas órdenes de comida “de ayuno”, especialemente al ver que la mayoría de clientes tenían menos de veinticinco años.

Agobiado porque nuestra orden tardaba lo indecible, le pregunté a uno de los empleados:

—Veo que se sirve mucha comida “de ayuno” aquí. ¿Realmente hay tanta demanda?

—¡No se imagina cuánto! —me responde—. Lo que estoy empaquetando aquí, para servirlo “a domicilio”, también es comida “de ayuno”. Me atrevería a decir que más de la mitad de nuestros clientes ordena comida “de ayuno” desde la primera semana de la Cuaresma.

Le agradezco al chico y siento una inmensa alegría en mi interior. Me alegro, pero no porque, finalmente, después de veinte minutos de larga espera, recibo lo que ordenamos, sino porque en el lugar menos esperado vine a encontrar personas que se abstienen por Cristo.

Miro de un lado a otro, intentando hacerme un estereotipo de los clientes de ese lugar de comida rápida: chicos y chicas, todos menores de veinticinco años. Los que tienen más de treinta, como mi amigo y yo, somos los menos. Todos vienen vestidos según la moda de estos tiempos, todos hablan en voz alta, todos ríen ruidosamente. Todos se comportan como es normal para su edad. El “paisaje” no se parece en nada a una escuela de catequesis o al interior de una iglesia.

Y, sin embargo, atento a lo que hay en cada mesa, veo por todas partes simple comida “de ayuno”. ¡Qué cosa tan extraordinaria! Una imagen completamente ajena a nuestra época, tan llena de materialismo, consumismo y un ateísmo absoluto.

Me pongo a pensar cómo es que todos estos chicos vienen a comer aquí, lejos de sus hogares. Nadie los obliga a no consumir carne, lácteos o quién sabe qué otra cosa más. No está aquí el “anticuado” del sacerdote, que “trata de convertirlos a todos”, ni esos “padres exagerados”, que “les imponen a sus hijos” sus propias costumbres, como diría alguien. Ellos solos, en compañía de sus amigos, demuestran que para distraerse les basta con los alimentos “de ayuno” que han ordenado, en vez de otros llenos de grasa, tocino y queso, o de los emparedados que consumen las demás personas.

Considero que esta actitud es muy valiente. Es como un testimonio de fe. No es fácil encontrar jóvenes, en nuestros tiempos, de esa edad y en un puesto de comida rápida, ordenando comida “de ayuno”. Se necesita tener una gran fuerza espiritual y también física, una pequeña “revolución” en contra de las disposiciones del materialismo y del pensamiento ateo, que día sí y día también envenenan a los jóvenes. Me pregunto quién podría ayudarlos en esta lucha. La Iglesia, dirán muchos. Lo mismo pienso yo. Hay sacerdotes que acompañan a los jóvenes y que seguramente los exhortan a ayunar y a otras cosas que son agradables a Dios.

La cruel verdad es que nosotros, los cristianos, clérigos y laicos, usualmente somos distantes, indiferentes, incluso hostiles ante estos chicos que necesitan de la Gracia. Encerrados en nuestra “caparazón”, cómodamente sentados sobre los laureles de nuestra posición, no nos interesa animar y estimular a los jóvenes a participar en la vida cristiana-ortodoxa.

Intentemos dejar de ser como estatuas, creyéndonos grandes “cristianos qie ayunan”. Es posible que lo seamos, pero haríamos bien en ver cómo podemos ayudar a nuestro semejante, más débil, a que ayune y a que luche. Podemos hacerlo, demostrando interés por los más jóvenes, pero también por los más viejos, quienes quieren vivir una vida en Cristo, pero nadie les ofrece el estímulo que necesitan ni nadie les ha dicho cómo empezar.

¡Comencemos dando un buen ejemplo, un buen consejo, ofreciendo una palabra verdaderamente cristiana! ¡Incluso en un restaurante de comida rápida!